Según antiguas creencias y prácticas religiosas, incluso por la ley, el suicidio se consideraba un homicidio perpetrado contra la propia persona, esta persona no era dueña de sus actos, debían
regirse por la ley y por la religión que expresamente consideraba pecado mortal y condenación eterna para el suicida.
AL SUICIDA SE LE REMATABA ANTIGUAMENTE
Paracelso decía que quien se suicida de desesperación está inspirado por el diablo.
La
actitud de los hombres ante la muerte no ha sido la misma a través de
los tiempos; cuando un hombre de hoy habla de su muerte, piensa que si
le fuera dado escogería una muerte súbita, sin dolor, como un leve
sueño.
El
hombre del medioevo se sentiría aterrado de ello, porque como lo
expresa el padre de Hamlet, en la famosa obra de Shakespeare, moriría
«en la flor del pecado»; por eso el hombre de la Edad Media prefería un
tiempo de arrepentimiento y de balance de sus deudas con Dios y con los
hombres, incluso en las oraciones medievales se rezaba «líbranos Señor
de la muerte repentina».
El
suicidio comenzó a ser considerado pecado en el siglo IV con San
Agustín, porque viola el sexto mandamiento, usurpa la función del Estado
y de la Iglesia y evita el sufrimiento que ha sido ordenado por Dios.
En
la Edad Media y hasta bien entrada nuestra Edad Moderna en Europa
occidental las Iglesias cristianas sacralizaron la muerte, la
domesticaron, integrándola en un sistema de ritos y creencias que la
convertían en una etapa más del destino final de cada ser humano. La
Iglesia Católica rechazaba al suicida y se le negaba la sepultura en el
Campo Santo.
En
la Edad Media en Europa degradaban el cadáver arrastrándolo por las
calles cabeza abajo con una estaca atravesando el corazón y una piedra
en la cabeza para inmovilizar el cuerpo y que el espíritu no regresara a
dañar a los vivos: el alma del suicida era condenada al infierno por
toda la eternidad.
En
la Inglaterra anglicana de 1800 el cuerpo del suicida era castigado por
la justicia públicamente siendo arrastrado por el suelo y estaqueado en
el cruce de los caminos, sus bienes confiscados y la viuda desheredada y
deshonrada. Solo se aceptaba el caso del soldado vencido que se
suicidaba por honor. En el siglo XV, Castilla, Aragón, Florencia,
Francia, Reino Unido, Milán, Venecia y Portugal sancionaban el suicidio,
rematando incluso a los muertos suicidados. En Castilla y Aragón, la
práctica se recoge en una constitución de 1497, cuando un pastor
almeriense se suicidó porque le despidieron, y fue rematado en Córdoba
en 1498.
Vergüenza e indiferencia ante un problema social que ha acompañado al ser humano a lo largo de toda su historia.
Hoy por hoy solo en España se dan mas muertes por suicidio que por accidentes de tráfico, al igual que sucede en el resto de Europa, y la sociedad sigue indiferente e incluso ocultando el hecho, no atendiendo además al problema originado por tales muertes e investigando y tratando convenientemente las causas que conducen a decenas de miles de seres humanos insatisfechos, depresivos o desesperados, que ponen fin a su existencia lo mas valioso en teoria que nos ha sido otorgado.
Nada se hace para prevenir estas muertes o ayudar a posibles suicidas para que no recurran en solitario a la solución extrema que supone el hecho.
Sigue existiendo una verguenza familiar cuando algún miembro de la familia ha muerto de tal manera.
Se arrastra el trauma e incluso tratamos de ocultar el hecho como un acto vergonzoso para todos.
Creo sinceramente que deberiamos cambiar nuestra actitud mental judeo-cristiana, que por cientos de años ha condenado a los suicidas y sus familias estigmatizándoles de una forma tal vil e inhumana.
Hoy deberiamos prevenir, ayudar y legislar con visión humanizante y comprensiva hacia nuestros hermanos que sufren de forma incompresible para la mayoria.
el gatufo