No había suficiente dinero para pagar un colegio privado y al chaval lo inscribieron en un colegio público del barrio.
"Torres Garrido" era el nombre del instituto, cuyo aspecto exterior era pulcro, clases luminosas atestadas de críos del mismo sexo, varones, y un gran patio para jugar en los recreos.
La calefacción era inexistente por lo que nunca se sabía si el frio era mayor dentro de las aulas o fuera en el patio. Desde luego los chicos estaban mejor en el recreo por mucho frio que hiciera.
Corrían, jugaban a la pelota, se peleaban con la supervisión de algún maestro que evitaba los puñetazos o patadas administrados con saña, mas que peleas eran agarradas sembradas eso si de insultos o gestos despreciativos hacia los componentes de las distintas pandas.
Aprender no se aprendía nada, nada en absoluto, el profesor escribía una frase en la pizarra y les decía a los cuarenta o cincuenta chicos que la copiaran en su cuaderno y la repitieran una y otra vez durante una o dos horas. Luego borraba la frase, escribía otra y vuelta a empezar.
No había explicaciones de ninguna índole, ni repaso de aritmética, lo más tres o cuatro operaciones sencillas escritas en la pizarra y a copiarlas y resolverlas en los respectivos cuadernos.
Tras dos horas de clase otra hora de recreo, bocadillo si es que lo habían traído de casa, y de nuevo en la clase algún chiquillo que salía y leía algo de lo que había escrito.
No se pagaba nada por asistir al instituto pero en la práctica pedían una pequeña cantidad mensual que iría a los bolsillos del director o profesores justificando ese importe como horas de refuerzo en el estudio.
El resultado de todo se tradujo en que el pequeño fue olvidando lo que había aprendido en la anterior escuela de frente de su casa.
Olvido multiplicar, dividir, e incluso las pequeñas nociones de geografía o ciencias que había recibido de su querido maestro José Luís.
A Emilianito su padre o su madre le preguntaban; ¿Qué hacéis en el colegio?; Y el se encogía de hombros sin saber que decir, al final confesaba, escribir y leer, con lo cual no había posibilidad de entendimiento y las preguntas o respuestas se repetían una y otra vez.
¿Pero que hacéis en la clase?, le preguntaban, y el optaba ya por no responder, se encogía de hombros, fruncía el gesto y eso era todo.
Este chico parece tonto, era la respuesta a su mutismo, y como signo de protesta para el instituto público dejaron de darle la asignación que solicitaban por las clases de enseñanza extra.
Con esa actitud paterna comenzó otro calvario para el pobre chaval, cuando el director del lugar de enseñanza le solicitaba una y otra vez el importe mensual de las inexistentes clases de refuerzo.
¡Arribas¡, decía, debes ya dos meses. Diles a tus padres que te den el importe, 25 pesetas, de la correspondiente mensualidad y ten en cuenta que se acumulan dos cuotas.
Dos, tres, cuatro y seguir sumando ya que al reclamar el crio los importes a su madre esta le respondía que no, no iba a pagar unas clases que no servían para nada.
¡Tus buenos bocadillos te metes¡, le decía el director, por falta de dinero no es, solo hay que ver las barras de pan que te comes cargadas de sardinas en aceite.
Dile a tus padres que así no puedes seguir, ya debes cinco meses y en cualquier momento estarás en la calle sin colegio y sin enseñanza.
Esto no iba a suceder, todo era un gran timo con el que los profesores mal pagados por la dictadura, trataban de compensar sus sueldos de miseria a costa de las miserias ajenas.
Un calvario para el chaval que gestaba en su interior un fondo de rebeldía hacia algo que no podía comprender. Por que no pagaban, por que el tenía que enfrentar esa situación, a que tantas preguntas, el que culpa tenía de todo ello.
Su insatisfacción se concretaba en no hacer nada durante las clases, cambiaba cromos, enseñaba boliches nuevos, hablaba con sus compañeros, se tiraban pelotillas de papel unos chicos a otros.
Eso si, el rezo puestos en pie delante del crucifijo, la canción patriótica del Cara al Sol.....con la camisa nueva, no faltaban teniendo frente a ellos colgadas de la pared las efigies de Franco y José Antonio, marrones, descoloridas, con caras de pocos amigos mirándoles con severidad.
Jose Antonio a la izquierda, el crucifijo en medio y Franco a la derecha, como es natural, fueron unas imágenes que acompañaron a cientos de miles de niños y niñas de la posguerra.
Los dos retratos se equiparaban a Jesucristo, algo que fue creando un poso de rebeldía y falta de fe a todo lo que representara, iglesia, fe, crucifijo, fascismo, dictadura, falange y demás historias representadas en esos tres símbolos de la posguerra.
AÑO 1952 JESUITAS
La actual Plaza de Castilla en Madrid, era llamada coloquialmente "Hotel del Negro" cuando Emilianito transitaba por sus alrededores.
Y el motivo era un enigma para el. ¿Hotel del Negro?, donde está el hotel, que es un hotel, se decía el pequeño, y el ¿Negro?. Quien sería el negro.
Si preguntaba por estas cuestiones el mutismo era absoluto. Con lo que sería mucho mas tarde, empezando a ser adolescente, cuando sus preguntas se vieron respondidas por los chicos de la calle.
El Hotel del Negro era una "casa de putas" durante la República, y el negro era quien lo dirigía.
¿Casa de Putas?, y eso que es, preguntó el muchacho. Jo, pareces tonto chaval, ¿no sabes lo que es eso?.
Así, lentamente y con nueve años comenzó el crio a saber los enigmas del sexo.
Hasta ese momento niños y niñas seguían jugando juntos y revueltos, sin prejuicios de ningún orden, no obstante muy pronto algunas niñas dejarían de bajar a la calle a mezclarse con los muchachos y formarían sus grupitos a parte con otras niñas de su edad.
Con ocho años al chaval lo habían sacado del instituto "Torres Garrido" y lo habían inscrito en un nuevo colegio, esta vez de Frailes Jesuitas que había en el barrio de Chamartín de la Rosa.
Lo de "La Rosa" nadie sabia el por que, posteriormente desapareció "La Rosa" y quedó solo "Chamartín" para la posteridad o el momento actual.
Con un frio helador, en invierno. empleaba media hora de larga caminata subiendo Bravo Murillo, atravesando "El Hotel del Negro" o Plaza de Castilla, y bajando por Mateo Inurría hasta el colegio-convento de los Jesuitas.
A las ocho y media cerraban la verja de entrada al recinto y nadie entraba en su interior.
Con cuatro, si cuatro, faltas no justificadas el chico era expulsado del colegio de inmediato por faltas de puntualidad o novillos.
El temor a ser expulsado era permanente pues se creía que este colegio tenía que ser muy bueno al ser regentado y propiedad de "los Frailes Jesuitas", nada mas lejos de la realidad pues para el muchacho, y sus compañeros, fue una fuente de sinsabores y torturas administradas sabia y ladinamente por sus maestros, seglares, y su director padre jesuita imbuido de un rígido espíritu de rectitud y disciplina.
Que alegría para sus progenitores, el chico va a un colegio de curas, allí le enseñaran bien todas las materias y lo educarán adecuadamente.
Y no es caro, que va, poco más de lo que reclamaban en el anterior instituto "Torres Garrido" donde olvidó todo lo que ya sabía, comentaban entre ellos.
A sus hijas las habían sacado de un colegio de monjas, "Las Adoratrices", ubicado cerca de la casa en la que vivían, por el mismo motivo que al chico. No aprendían nada en absoluto, se pasaban el día rezando, tenían que ir muy limpias, el pelo recogido y un uniforme impoluto.
En una ocasión en la que a Paquita, la madre, no le dio tiempo a recogerles el pelo adecuadamente, las monjas pasearon a las dos hermanas por todas las clases indicando la forma en la que NO había que acudir al colegio-convento. Luego las mandaron a casa para que su madre las peinara convenientemente.
Ya no volvieron a semejante lugar, convento de "brujas", según la madre.
De inmediato hubo que buscarles un nuevo colegio, esta vez privado y de pago, donde finalmente comenzaron a aprender algo de provecho.
Pronto con nueve para diez años empezaron a estudiar lo que entonces llamaba "bachillerato" y durante cinco años o más estuvieron sometidas a la disciplina de un colegio privado seglar.
Muy caro para los bolsillos de la mayoría, y protesta continua para Paquita su madre, que mensualmente tendría que apartar una sabrosa cantidad de pesetas para el estudio de las dos muchacha.
Emilianito sería menos gravoso, empezó su bachillerato con ocho para nueve y la mensualidad que pagaba era mucho menor que la satisfecha por sus hermanas.
Temor es lo que siente este crio de ocho años cuando vuelve a cambiar de colegio y ahora tiene que ir a uno regentado por Jesuitas.
Hora de entrada ocho y media, a esa hora se cierra la verja.
Distancia a recorrer treinta o cuarenta minutos, al paso de un chico de ocho años.
Hora para levantarse siete y cuarto de la mañana.
Emiliano piensa que tiene que hacer ese recorrido llueva o nieve, con frio o calor, y por supuesto lo hará solo.
Nada puede hacer para evitar ese desafío. El colegio al que va ha sido un desastre y sus padres piensan que la mejor opción es este colegio de Jesuitas, llamado "Nuestra Señora del Recuerdo" que está situado en Chamartín, una zona aneja a Madrid que pronto será un nuevo distrito de la gran ciudad.
Ocho años y un recorrido de cuarenta minutos, noche cerrada en invierno, frio, lluvia, y a un nuevo colegio en el que desconoce a sus compañeros y profesores.
La amenaza es tener mas de cuatro faltas de asistencia y ser expulsado de inmediato.
De nada sirve quejarse, no hay quejas válidas en el Madrid de los años cincuenta.
Es Octubre de 1952 y este crio de ocho años comienza el recorrido que le conducirá a pasar cinco años, medio interno, en un colegio que le marcará de por vida.
Es indudable que un colegio interno, o medio interno, a una edad temprana señala para siempre a los niños y niñas que acuden a el sin ninguna defensa, a merced de sus educadores, buenos o malos, templados o violentos, cultos o iletrados.
Y no hay queja posible, privilegiados de poder acudir a un colegio donde se les enseña, o donde se les educa que esto último puede ser mas importante.
¿Educar, en que consiste esa educación?.
Una pregunta interesante y complicada.
Depende del momento, del lugar, de las costumbres, de la religión imperante, del sistema de gobierno, de los derechos reconocidos o no hacia la infancia.
En la España del año 1952 la costumbre era patriarcal, la religión era Cristiana Apostólica y Romana sustentada por un Estado confesional, el sistema de gobierno era una dictadura, y los derechos de los niños no existían.
¿Que podía sentir un crio de ocho años de una situación semejante?.
Miedo, pavor ante lo desconocido, prevención ante sus nuevos compañeros de todas las edades rejuntados en un patio enorme donde se les soltaba media hora por la maña y otra media por la tarde.
Con frio o con calor el patio era obligado, nadie permanecía dentro de la clase y un maestro vigilaba que no hubiera declarados abusos de los mayores hacia los pequeños.
Pero los había.
En dos turnos diferenciados se juntaban niños, varones, desde los ocho años hasta los once. Posteriormente salía el segundo turno con muchachos de doce hasta los catorce o quince años de edad.
Los mayores abusaban de los pequeños de todas las formas zafias y soterradas imaginables.
Empujones, insultos, amenazas, chantajes, eran habituales, que no palizas pues el profe vigilaba las agresiones descaradas.
Con esta perspectiva educacional comienzan las clases, o el calvario, que Emiliano tendrá que recorrer a una muy temprana edad de su vida.
Solo, indefenso, minúsculo, en un entorno hostil y severo que marcará su vida para siempre.
El invierno de 1952 iba a ser duro para el pequeño Emiliano. Cumpliría 9 años en noviembre y para esas fechas el frío de la meseta se dejaba notar en mañanas gélidas y mediodías templados.
No tengo frio, piensa el, como es posible que digan siempre lo mismo.
Que frío hace, repiten estos mayores, y yo me pregunto, ¿es que no se enteran de que en invierno hace frío y en verano calor?.
Anda lo mas rápido que puede, lleva la mente en blanco pues no sabe lo que le espera.
¿Para que preocuparse?. Peor que estaba en el Torres Garrido no voy a estar aquí.
Espero pagar todos los meses y que no me tengan que hablar de los bocadillos que me como al desayuno.
Que pesado era ese señor repitiendo una y otra vez siempre lo mismo.
¿No se cansaría?
Y mamá me seguirá preguntando ¿Qué hacemos en el cole?. Espero que ya no, dicen que es bueno, veremos.
Con estos pensamientos el chaval atravesaba la gran plaza descampada a la que llamarían Plaza de Castilla y por la que el viento no paraba de soplar.
La Sierra de Guadarrama blanqueadas sus cumbres por las primeras nieves lanza puntazos de oxígeno que purifican la atmosfera de la gran ciudad.
También hace sentir el viento helado que acompaña a las mañanas de un Madrid aterido, sin leña ni carbón para atenuar el frío crónico de sus habitantes.
El crío no es uno de ellos, rebosa de energía hasta el punto de que nunca lleva abrigo, un jersey grueso, una bufanda y guantes de lana confeccionados por su madre, y a veces una chaqueta arreglada para el de su padre que suele llevar con desgana.
Es alto para su edad y comienza a llevar prendas adaptadas de su padre. No le gustan, preferiría llevar algo suyo, propio, comprado expresamente para el, pero no hay dinero para semejantes lujos y debe conformarse a regañadientes con las prendas de uniforme que a su padre le suministra el Banco Hispano por su puesto de ordenanza.
Maravilloso, piensa el, se van a partir de risa lo críos cuando me vean de semejante facha. Una chaqueta de uniforme que se ve perfectamente es de mi padre.
En cuanto pueda me la quito, pero ¿donde la guardo?, si la pierdo mi madre me mata.
Ha llegado a las verjas del colegio con diez minutos de margen. Entra y comienza a examinar a los chicos que van llegando. No sabe donde está su clase, tendrá que preguntarlo.
El barullo es impresionante, sale un profe y grita, todos al patio, rápido, ¿Qué hacéis aquí dentro?.
Formar filas de a tres por curso, los de primer año a la derecha, a su izquierda en fila los de segundo, y así sucesivamente hasta los de cuarto grado.
Quiero ver cinco filas perfectamente alineadas de menor altura a mayor, así os veo a todos, el que se mueva va a cobrar por ser el primer día de clase.
Atropelladamente y a empujones los chicos van saliendo a un enorme patio que hay en la trasera del edificio.
Desde el se ven campos sembrados, huertos y al fondo a la derecha se erigen las torres del convento de los Frailes Jesuitas que pasados unos años sería derruido, nadie sabe la razón aunque seguramente sería pura especulación al revalorizarse exponencialmente los terrenos circundantes.
Se van formando las filas mal estructuradas las de primero pues los chavales están asustados.
Las otras perfectamente sincronizadas sirven de ejemplo para los recién llegados.
Emiliano está al final de su fila, es muy alto para la media de estatura y aparenta mayor edad de la que realmente tiene. Tendrá problemas por ello, aunque eso será en su próximo futuro.
CENSURA
Para la sociedad generada por la dictadura de Franco en los cuarenta, cincuenta e incluso sesenta, todo aparenta ser claro y verdadero.
Las ideas son escuetas e inamovibles.
Las madres solteras son chicas o mujeres descarriadas que son apartadas de la sociedad. Son fruto de cotilleos o comidillas cuando no son directamente expulsadas de casa de sus padres por ser una vergüenza para la familia.
La homosexualidad es una aberración que no tiene cabida en las costumbres cristianas o morales del Estado.
A veces es perseguida, denunciada y finalmente condenada con cárcel o palizas sabiamente administradas por la brigada político social.
Cualquier opinión o idea que se aparte de la doctrina cristiana o del glorioso Movimiento Nacional del treinta y seis, es prohibida y perseguida con saña.
Los partidos políticos están prohibidos y sancionados sus miembros.
España sufre una conspiración Judeo-Masónica inspirada por las fuerzas extranjeras enemigas de nuestro glorioso pasado y prometedor futuro.
Chicas a un lado, chicos a otro. Perfectamente diferenciados y separados los sexos en escuelas, recintos sociales e incluso en algunos actos lúdicos celebrados en pequeñas ciudades de España.
Carnavales prohibidos por decreto.
Cesura en todos los medios, cine, radio, prensa y cualquier otro boletín informativo.
El sexo está prohibido por decreto. No existe. Chicos, Chicas, Mujeres y Hombres son seres asexuados que solo sirven para procrear y dar españolitos a la Nación.
El pecado existe en cualquier sitio, permaneced siempre alerta recomiendan en pequeños panfletos repartidos en diócesis y organismos sociales.
Se prohíben bailes agarrados, besos, tocamientos impuros, revistas extranjeras y todo símbolo explicito de lubricidad.
Diferencia de derechos y obligaciones entre ambos sexos.
La mujer es madre, compañera y esposa, nada más. Mejor en casa que fuera del hogar.
Chicas que deberán aprender cocina, costura, bordado y prestaran parte de su tiempo en el Servicio Social Obligatorio si alguna vez desean trabajar fuera de sus casas.
Chicos que aprendan a jugar al futbol, balón mano o balón cesto a lo sumo. Servicio militar obligatorio y cartilla militar durante diez, quince o veinte años.
En Semana Santa se prohíben cualquier clase de espectáculo o divertimento no religioso. Música clásica en las ondas, teatros cerrados, cines con la Pasión de Cristo o peliculas de Romanos, y visitas a las Iglesias haciendo las Estaciones.
Procesiones, Rosarios, Vigilias, propiciadas y retransmitidas para toda la Nación.
Futbol, Pan, y Toros, esa es y será la norma por años.
La lista es interminable como corresponde a una dictadura férrea que se precie.
Dictadura de derechas, copiada en muchas de sus normas y maneras a las de izquierdas, salvo en lo que a la Religión se refiere.
Y la sociedad temerosa del pasado calla y acepta, en apariencia, mientas sotto voce se cuentan chistes a costa de Franco, su esposa, el gobierno y los curas.
La España de charanga y pandereta mencionada por Machado que siempre será la misma.
y mas.
Ya formados esperan callados, algo va a suceder piensa Emiliano, pero la espera se le hace muy larga.
Medio dormido, con frío, quieto, casi tirita y está asustado de verse en ese mundo desconocido para el.
¿Cuánto tiempo ha pasado?, no lo sabe, de repente ve aparecer una figura de negro, delgada, espectral casi pues no conserva ni un solo pelo en su cráneo cerúleo que brilla en la tenue luz de la mañana.
Les da la bienvenida, enumera una serie de reglas en una interminable lista que pareciera no tener fin. Las sanciones para el incumplimiento de esas reglas parece ser siempre la misma. La expulsión inmediata del colegio sin opciones de perdón.
El crio está apabullado, igual que todos los pequeños compañeros que forman delante de el.
Parecen pequeños reclutas a los que ya han gritado "descansen" pues aunque mas relajados sin estar "firmes" siguen sin descansar en absoluto.
Las primeras filas de su grupo se están moviendo y el mismo comienza a desfilar camino del recinto. ¿Dónde vamos ahora?, se pregunta.
Enseguida lo verá, entran en un gran espacio que parece un salón de actos o una capilla, pues al frente hay un altar con una figura de Cristo crucificado.
Los pequeños ocupan las primeras filas, y pronto todos van colocándose por orden, de primer curso hasta el último en un absoluto silencio.
Cuando están todos dentro empieza a escucharse un murmullo que poco a poco va a más cuando los de atrás empiezan a saludarse, y los pequeños miran a ambos lados e intercambian nombres con los compañeros de al lado.
¡ SILENCIO¡ se escucha de repente.
ESTAMOS EN LA CASA DE DIOS, añade a continuación la figura de negro, de pie, frente al altar mirando a todos y cada uno de los muchachos.
Los taladra con sus ojos azules, fijos en cada uno de ellos, y el silencio se extiende de inmediato como si una gran mancha de aceite inundara el recinto asfixiándoles sin poder respirar.
Este cura es aterrador, piensa el crio, y retira su mirada con prontitud pues no se atreve ya a mirar al frente.
Desaparece la figura de negro y enseguida vuelve a colocarse frente al altar, despaldas de ellos afortunadamente, vestido con las ropas apropiadas para decir misa.
Comienza el Oficio, largo, perpetuo, en el que los ojos se cierran inadvertidamente hasta que algún chaval es despertado con un sonoro sopapo propinado por uno de los proferos, calvo y con bigote, que cuida de la silenciosa manada.
Llega la comunión y los chavales comienzan a desfilar por orden, desde los primeros bancos hacia los de atrás, fila tras fila se dirigen al altar donde formando una hilera de frente esperan a recibir la Sagrada Forma.
Un crio comulga, por orden, de izquierda a derecha en la hilera arrodillada primero y en sentido inverso después. Con la Sagrada Eucaristía en su boca, se incorpora, abandona la hilera paralela al altar y de inmediato otro ocupa su sitio.
El proceso se hace con rapidez, no obstante al ser solo un sacerdote quien administra la comunión, el tiempo pasa con lentitud y al menos durante diez minutos se prolonga el desfile de niños rígidos, silenciosos, que se arrodillan y posteriormente se incorporan con la pequeña Hostia dentro de sus respectivas bocas.
Emiliano no ha se ha confesado, y permanece en su sitio casi solo y avergonzado por no acompañar a sus compañeros. La gran mayoría si ha abandonado sus asientos y se han dirigido hacia el altar, al frente esperan su turno y tardarán en regresar haciendo la soledad del crio mucho mas notoria.
Está solo, avergonzado, indefenso, piensa que todas las miradas se clavan en el y al menos una si le examina detenidamente mientras va depositando el Cuerpo de Cristo dentro de las pequeñas bocas de los chicos que de rodillas esperan su turno, algunos con la lengua fuera igual que perrillos felices que van a recibir su premio.
Empiezas bien, piensa el chico, lo primero que tienes que hacer será confesarte a la primera ocasión que tengas, pero con quien, con esa figura oscura que te ha clavado en el banco con su fija mirada.
Pues que remedio, asiente en su interior, no veo ninguna otra forma oscura.