Datos personales

Mi foto
Mi mas oculto deseo fue siempre ser escritor y aprender varios idiomas. He llegado a defenderme bien en Ingles y chapurrear algo de Frances. El cine y la fotografia me fascinan. La música, de todo tipo, ha sido siempre mi relax. La amistad la valora mas que a nada en la vida.

domingo, 24 de mayo de 2015

UN MUNDO DESOLADO 4



 





En poco mas de una hora será noche cerrada, para entonces tenemos que haber encontrado un sitio donde escondernos y pasar desapercibidos para las patrullas descontroladas que pululan tras el toque de queda.
Soldado o no son depredadores que asesinan a todo aquel que pillan, le roban y le dejan tirado en mitad de la calle desángrandose.

Lo que hay dentro de las casas nadie lo sabe. Es seguro que cientos de miles de personas habrán muerto asfixiadas, de inanición o cualquier otra dolencia.
Infinidad habrá puesto fin a sus vidas ante la total falta de esperanza y la ausencia de notilcias.

Son pensamientos que pasan por mi cabeza fruto de la desesperación y el extremo cansancio.
Luis va cargando conmigo, me lleva casi en volandas ante la ausencia total de fuerzas que me permitan sujetarme por mi mísmo.
Me ha  encargado que vigile las ventanas o balcones de todas las casas que vamos pasando. Al menor signo propicio para ocupar una de ellas tengo que avisarle para examinar nuestras posibilidades de entrar dentro de la vivienda.

Este barrio de clase media trabajadora no es tan precavido a la hora de blindar los accesos. Recias puertas, barrotes en los pisos bajos, alarmas que ya no funcionan y poco más.
Derribar una puerta no sería dificil si tenemos la seguridad de que no hay ningún ocupante dentro. Si lo hubiera podría defenderse de nosotros, con razón, pensando que eramos foragidos. No deseamos empeorar más la situación de lo que ya está. 

El tiempo pasa inexorable y nuestra búsqueda de refugio es esteril. No hay ya casi vivos circulando delante o detrás de nosotros. Nadie sale de las viviendas y los que salieron estarán ya casi todos muertos por asfixia o asesinados por otros para robarles sus pertenencias.

La presencia y fortaleza de Luís ha evitado que nadie haya tratado de agredirnos, nos han mirado con resentimiento u odio cuando el me ha auxiliado con la máscara pero nadie se ha atrevido a más. 
Ni tan siquiera a los malvados les quedan fuerzas para atacar, a traición o a los más débiles si, no a los fuertes y decididos como mi amigo. Menos todavía cuando ven el uniforme que lleva, miran confundidos sin entender como un soldado puede caminar entre ellos ayudando a un anciano.


Espera, le digo, creo ver algo en aquel balcón allá lejos.

Se para y me posa con suavidad sobre un baco en la calle, mirá allí, le señalo.
Hay poca luz ya pero con los últimos mortecinos rayos de Sol podemos ver a dos crios que nos hace señas, no escuchamos sus voces pues hay mucha distancia, pero es indudable que está haciéndonos gestos con sus brazos y manos.

Que ocurrirá, me comenta, es súmamente extraño ver a dos crios haciendo esos gestos para que nos aproxímemos a ellos.

Quédate aquí un momento, voy a acercarme un poco más a ellos, a ver si escucho lo que dicen. 

Me aterra quedarme solo, es y ha sido mi salvavidas, no soporto que me abandone a merced de las olas de mi propia incertidumbre. Se que estoy vivo gracias a el, también se que si me dejara no viviria más de un momento. El terror que siento viendo todo lo que me rodea me produciria un shock suficiente para acabar definitivamente conmigo.

No es que desee seguir viviendo, deseo volver con mi esposa, abrazarla, tranquilizarla con mi presencia, estará muy asustada por mi ausencia y deseo sobre todo decirle, cielo estóy de vuelta, seguimos juntos.

Echo de menos a mi querido Gatufo también, es seguro que el pobre estará insoportable, sin relacionarse con nadie, justo lo que hace cuando me he ausentado por algunas horas.
Por no decir lo que hace cuando falto unos días, se refugía sobre su silla preferida debajo de la mesa y no aparece ya para nada que no sea, beber agua, ir a su caja de arena, y comer a penas nada.
Pasados cinco o seis dias, aparece huraño y sin relacionarse ya casi con nadie, solo con Cuca y tampoco demasiado.

Estoy solo, inmovil, petrificado mirando hacia todos los sitios. Veo a Luís que está cruzando la plaza y se dirige con dificultad sorteando ramas y cuerpos hasta las proximidades de la casa.

Mira hacia arriba y grita a los crios, les pregunta que desean, y debílmente escucho sus voces ya quebradas de tanto gritar que le dicen, sube, sube, te abrimos la puerta de casa.

Nada más, el asombro va cubriendo mis facciones, que suba?. Que subamos, mas bién, ¿que ocurrirá?. Lo extraño es que una vez terminada la corta conversación cubren sus caras con sendas máscaras y esperan a ver que ocurre.


Pego un respingo cuando siento una mano que toca mi espalda y una voz ronca, cascada, que me dice, ayudame. 
Dáme algo, me muero de sed y hambre. Y otra vez repite, ayudame.

Siento un escalofrio recorrer mi espina dorsal, no me atrevo a volver la cabeza paralizado por el miedo.
El olor ha empeorado, si esto fuera posible, y tufaradas de podredumbre inundan mis fosas nasales.

Otra vez la muerte está próxima a mi, como en el tunel cuando rodeado de cuerpos esperaba ser descubierto y masacrado allí mísmo.

Con esfuerzo y lentamente voy girando mi cuerpo para enfrentar la voz que requiere mi ayuda.
El tufo a podredumbre y muerte impacta mi nariz produciéndome profundas
arcadas que inutilmente sacuden mi cuerpo. No hay comida ni bebida que pueda arrojar y los espasmos que siento me producen un agudo dolor en el diafragma.
De inmediato un tremendo dolor de cabeza despierta de su letargo y comienza a golpear mis sienes como si la sangre fuera a brotar de ellas.
Cuanto tiempo, pienso, te estaba echando de menos querida jaqueca que toda la vida me has acompañado.
Trato de contenerme y encaro la cara del ser que emite quejidos solicitando mi ayuda. 
Una especie de garra me aferra el brazo haciéndome casi daño, compruebo que es la mano de una mujer joven absolutamente esquelética y sucia hasta límites inimaginables. Su hedor es espantoso, tira para atras, y a duras penas logra mantenerse en pie sujetándose de mi brazo.
A su lado hay un crio pequeño, unos cuatro o cinco años, que al igual que ella hiede. En un paroxismo de casi locura imagino que no son seres vivos, son zombis, han resucitado tras estar varios días muertos y ahora reclaman mi sangre.
Ayudame, repite "la zombi" con ya apenas un hilo de voz y separando la mano de mi brazo señala al pequeño.
Es mi hijo, dice, y quiero que te lo lleves, que te hagas cargo de el pues yo me muero. 
No deseo que mi hijo se quede junto al cadaver de su madre y vea como se pudre, esperando el mísmo morir sin nada que comoer o beber. 

Me niego a aceptar lo que estoy viendo o escuchando. Es demasiado horrible para poder asimilarlo y mi mente se cierra ante la última tragedia del ser humano.

Yo sigo callado, incapaz de articular palabra, ella sigue hablando y explica que han sobrevivido escóndiendose entre los cadaveres amontonados por las calles. Hace dos o tres días que se les acabó el alimento, y ella ha estado dándo a su hijo los últimos pedazos comestibles que le quedaban.
Me muero, sigue, y tu eres el único ser que puede llevarse a mi hijo lejos de mi. Llévatelo y trata de que sobreviva a este horror, por favor, eres mi última esperanza. Yo ya estoy muerta y deseo descansar sobre el banco en el que te sientas.

A buena parte has ido mujer, pienso, yo también estoy en las últimas. ¿Es que no lo ves?, me repito en voz baja para mi solo.

Callo, no digo nada,¿para que?, ella está sumida en la fiebre y en muy poco tiempo se derrumbará igual que los miles que en este momento lo estarán haciendo. 
Es el fín, pienso, no hay esperanza para el ser humano ni para su mundo. Es probable que no lo merecierámos despues de todo.

Logro incorporarme, agarro al crio de la mano y dejo que su espantosa madre tome mi lugar sobre el banco de madera. 

Ella se tumba de inmediato, cierra los ojos y respira ansiosamente buscando una particula de oxígeno. 
Igual que yo, no puedo más, en una hora o dos estaré caput igual que esta pobre joven que quizás antes fuera atractiva y ahora resulta un auténtico espectro de muerte.

Con alivio escucho los pasos de mi amigo que se acerca a nosotros. Está intrigado con la escena y es seguro que habrá acelerado su paso por ver lo que estaba sucediendo.

Que ocurre, quien es este niño y esa mujer tirada ahí en el banco que ocupabas tu, díme,¿la conoces?. Os he visto hablando hace un momento.

Hablaba ella, yo sigo espantado con su visión, sin palabras para decirle nada.
Se ha echado ahí para descansar y morir. Me, nos ha confiado a su hijo y me ha pedido que nos alejemos de este lugar. No quiere que su hijo vea como muere y dejarle solo para que siga su misma suerte.
Ya somos cuatro, dice Luis, estupendo si siguen agregándose más pequeños o sus padres podemos formar una familia numerosa.

¿Cuatro?.

Claro, ¿no pensarás que voy a dejar ahí tirada a esa mujer?.

Te diria que recogieras al pequeño y a mi me dejaras junto a ella, a descasar y morir, no puedo más. 
Se que tu no puedes llegar a mi casa y por eso sigo, si no me quedaría al lado de ella y nos hariamos compañia esperando el final.

Callate ya, anciano, tu no vas a morir. Cuida del pequeño, ¿podrás darle tu mano y caminar los dos unos ochenta metros?. Tenemos que ir hasta la casa donde viste a los niños, me han pedido que suba, nos abrirán la puerta.

No entiendo nada de lo que dice y no tengo ya fuerzas motivación para entenderle.

Luis abre su macuto, saca dos máscaras de oxígeno, me pasa una que coloco sobre mi cara, la otra se la coloca a la mujer tumbada en el banco exánime, luego saca otra que coloca en la boca del niño. Finalmente me pide la mía y se la coloca el mismo sobre su rostro. Menos mal, pienso, es humano y parece que el esfuerzo de ayudarme le está haciendo mella.

Guarda las máscaras, levanta a la mujer del banco como si fuera una pluma y la coloca sobre su hombro. En el otro lleva el macuto e inicia la marcha hacia no se donde, ah, si la casa. 

Agarro al niño por su mano y le voy arrastrando casi pues no pesa casi nada tampoco. Se le ve francamente desnutrido y camina como un autómata de pequeña envergadura.
Un muñeco roto y renegrido que apesta a suciedad y muerte. Igual que yo supongo, a veces uno mismo no se huele, pero mi olor es seguro tan espantoso como el de esto seres.

Estoy en el Infierno pienso, no puede ser peor que esto por lo que todos estamos pasando, mis pulmones arden. Pareciera que respiro pimienta pues toso sin parar y seguro que ya están en carne viva igual que el de todos.

El pobre niño del que estoy tirando se niega a andar y no puedo cargarle encima pues me faltan fuerzas. Ni tan siquiera llora, jadea, jadea, tose y vuelva a jadear.


Vamos, vamos, amigos que ya queda muy poco dice Luis. ¿Amigos?, que yo sepa soy yo solo pues el crio no se entera de nada y la mujer está desmayada encima de el.


Llegamos a un edificio creo, se acerca al portal y aplasta el botón del portero automático que lógicamente no suena, la costumbre, no obstante vemos que una niña de unos diez o quizás once años está acurrucada próxima a la puerta. Lleva 

una máscara de oxígeno y se incorpora nada más vernos.
Abre la puerta trabajosamente y con un suave empujón de mi amigo franqueamos la entrada.
Tiene que elevar al pequeño que se niega a seguir andando y prácticamente llevo arrastrando.
Seguimos a la niña y comienza el calvario de subir escalones echando los hígados fuera.

Ella anda ligera, lleva su máscara, pero nosotros no podemos seguir su paso y tras largos descansos alcanzamos por último la planta donde está la vivienda. No se cuantos pisos hemos subido, ni me importa, caigo redondo al suelo tras pasar el umbral de la puerta.

Me arrastran y cierran la puerta. De inmediato una mascarilla de oxígeno cubre mi boca y me reanima, gateo hasta mas alla de la puerta, estoy dentro de la vivienda.

Alguien me coloca sobre un sofá, estoy rendido y duermo, estoy fuera ya de este mundo porque sigo respirando sin que mis pulmones quemen, pero no, la dicha dura poco y abro los ojos enfocando la habitación y a la gente que ocupa las sillas.


No está la mujer la pobre mujer astrosa ni tampoco su hijo, ¿lo habré soñado?. Parece que no lo he soñado pues mi amigo me informa que están tumbados en otra habitación con una buena ración de oxígeno en sus pulmones y algo de alimento en sus estómagos.


Enfrente tengo a la niña de diez años y otro crío que parece su hermano, tendrá cinco o de seis años y se les ve saludables. Pálidos pero no en demasiado mal estado.


Según me entero han perdido a sus padres y a su abuelo, están solos y desean abandonar la casa.


Espera, espera, amigo. No me entero de nada, vuelve a empezar por favor le contesto a Luis.


Que te lo cuente la niña, Emiliano, me replica Luís. Mejor aún Laura, dále la mano y le llevas tu sabes donde para que tome conciencia de la situación.


Dicho y hecho, me incorporo, toma mi mano y me lleva a una habitación donde tres adultos están tumbados en la cama. Muertos, y bien muertos por su color y por el olor que inunda la habitación.

La niña no se inmuta, ha visto y sufrido demasiado, ha estado sola con su hermanito con este panorama en casa.
Salimos de inmediato, yo no puedo resistir la vista de esos cuerpos que empiezan a descomponerse y ella me va contando que son sus papás, y su abuelo.

Sus papas decidieron dejar las reservas de oxígeno a sus hijos, esperaban que llegara su abuelo que traería más asi como alimentos. Deseaban abandonar la casa y la ciudad cuanto antes.

El abuelo era un coronel que sabía donde encontrar provisiones, máscaras, oxigeno, armas, y un plano que pudiera guiarles para atravesar Madrid y el resto de España, parando en sitios donde hubiera algún tipo de orden, restos de un gobierno, y soldados que acataran las ordenes de sus superiores.

Se retrasó mi abuelo demasiado, dice la niña, y mis papás decidieron darnos las mascarillas que previamente habían recibido de el, de mi abuelo, se tumbaron en la cama y ahí están, quietos sin moverse.

El abuelo llegó muy enfermo, no sabemos que le pasaba, nos dijo que esperaramos aquí protegidos, con mas mascarillas, que saliéramos a la terraza y atrajeramos la atención de alguien que pudiera ayudarnos a salir de aquí. Nos escribió un papel para dar a la persona que subiera y que seguramente nos ayudaría a salir de aquí, con las provisiones y con las mascarillas que el traía.
Se tumbó en la cama tosiendo, escupiendo sangre, y ahí se quedó dormido al poco tiempo.

Mi hermanito y yo nos hemos quedado solos, nuestros padres no despiertan, están muertos, nos encontramos muy tristes y esperamos que vosotros podrías ayudarnos

tal y como no dijo mi abuelo.

Callo y escucho a la niña, parece lista y confiada en unos extraños que acaba de conocer, me maravilla su sangre fría al contar unos hechos que a cualquier otro niño le hubieran sumido en el silencio y desesperación.

A ella no, desea sobrevivir, tiene claro que tiene que salvar a su hermanito, se siente responsable de el y ese sentimiento le otorga madurez.

¿Que años tienes? le pregunto, y ella me dice que once para doce en seis meses.


Es una mocita menuda y flacucha, pero si, puede que sean sus años por la calma que aparenta.


Mi hermano tiene seis, me dice, antes de que yo le pregunte.


Maravilloso, pienso, ya somos familia numerosa y me siento de inmediato a descansar en cuanto veo una silla propicia para aguantar mi peso.


Vuelvo a tener una familia a la que cuidar, la idea se abre paso en mi cansado cerebro y reaviva sentimientos ya pasados.
Veo a mis tres hijas de pequeñas rodeándome esperando jugar a "pies quietos" y me embarga la felicidad ya pasada.
Tres hijas de las que ahora no se nada, no hay forma de comunicarme con ellas pues cada una se marchó a un lugar diferente y lejano.
Ya son mujeres adultas con una vida plena de satisfacciones personales. Eligieron su lugar de residencia acorde con sus trabajos y ahora afortunadamente para ellas no residían en Madrid.
Todo este tiempo he confiado en que estén vivas, a salvo, alejadas de estas enormes megalópolis en las que sobrevivir se había convertido en una dura labor.

La mas joven reside en una capital del Norte de Europa, muy cerca de los bosques que siguen en pie proporcionando el necesario oxígeno que nos llega a cuenta gotas.
Fue allí porque no le gustaba el trabajo que estaba haciendo en Madrid y ahora trabaja en una universidad Danesa de bióloga.
Es posible que la hayan contratado para estudiar el fenómeno genético que destruye toda la flora y esté a salvo con otro staff de biólogos y científicos empeñados en desentrañar el enigma que asola nuestro mundo.

La mayor abandonó Madrid después de casarse por un motivo semejante. Ni a su chico, ni a ella misma, les gustaba la vida en la gran ciudad y hace casi veinte años cambió su vida ciudadana por otra mas tranquila en una isla poco poblada con un paisaje y una vida natural impresionante.

Nada se sabe de lo ocurrido allí, es posible que esta contaminación pestilente no les haya alcanzado y puedan sobrevivir al cataclismo general de una civilización tecnológica irrespetuosa con su medio ambiente.

Nuestra otra hija, la mediana, perdió el contacto con nosotros hace algún tiempo, eligió estar alejada de todo lo que le recordara su pasada vida con padres y hermanas, pero sabemos que está feliz, con trabajo, y lejos de esta vida de ciudad enorme que nunca le gustó.

+++++++

Me zarandean, despierto y escucho que me llaman, despierto de mi duerme vela y caigo en la cuenta de que no estoy en casa.
Comienzo a recordar la pesadilla en la que se ha convertido mi vida y escudriño a las personas que me rodean.

Dos pequeños y una casi adolescente, un joven alto, fuerte, decidido, y una mujer desconocida que me observa con atención.
¿Quien es esta joven que me mira con descaro y un cierto agradecimiento en su mirada?.

No puede ser la mujer astrosa y sucia que me tocó cuando estaba sentado en el banco de madera esperando a mi nuevo amigo. ¿O si lo es?.

No se como lo han hecho pero la suciedad ha desaparecido de su rostro y ha cambiado sus vestidos por otros impecables. El nauseabundo olor que le rodeaba tampoco está y su aspecto es el de una joven muy delgada, famélica casi pero atractiva.

Pongo atención a lo que dicen.

¿Hola como estás?. Soy Lucía y te agradezco lo que has hecho por mi hijo.

¿Que he hecho?

Nada en realidad, arrastrarle con gran esfuerzo de una mano y conducirle aquí, donde estamos ahora, y ¿donde estamos?.

Voy tomando conciencia de la realidad, del lugar donde he estado dormido, de los cuerpos que hay en el dormitorio, del grandísimo dolor de mis pulmones, de mi necesidad de respirar, de comer, de beber, y sobre todo mi absoluto deseo de ver a mi esposa, abrazarla, besarla, decirle que la quiero mas que a nada en el mundo, y no separarme jamás de su lado.

El deseo de verla, cuanto antes, se abre paso sobre todas la carencias que atormentan mi cuerpo y mi espíritu.

¿Cuando nos vamos?, pregunto y trato de incorporarme inútilmente, caigo en el sofá de nuevo y la desesperación me inunda al sentir un cuerpo viejo y desgastado que ya no sirve para casi nada.

Tranquilo, descansa, vas a comer y beber algo para recuperar tus fuerzas, tenemos oxígeno de sobra para purificar nuestros pulmones.

¿Como crees que has podido dormir varias horas?
Si no hubiera sido por el oxigeno que el abuelo de estos niños trajo para ellos, todos estaríamos ya muertos.

El estaba muy enfermo, cuando vio a su hijo muerto junta a su nuera prefirió abandonar, dejo una carta que luego puedes leer, resulta muy descriptiva del caos y da pistas para escapar de esta ciudad.


Estoy leyendo la carta de un desconocido que yace muerto tumbado en una cama de un apartamento extraño.

Esta dirigida a persona o personas de buena voluntad y les pide que se hagan cargo de sus nietos y traten de salvarlos de un mundo que agoniza.

"A quien puede leer esta carta le suplico se haga cargo de mis dos nietos y trate de salvarse junto a ellos.
Aquí ya no hay esperanza, el gobierno junto al gabinete de crisis no existe. Han abandonado sus puestos y han huido junto a sus familias tratando de llegar al Norte.
Desde Bruselas les han sugerido hacerlo y formar un gobierno central en el norte de Europa que trate de coordinar el éxodo de decenas de miles de europeos que abandonan sus países y tratan de llegar a zonas boscosas como sea.
No hay víveres ni mascarillas de oxigeno para todos, ni tan siquiera para uno de cada mil ciudadanos.
Han muerto cientos de millones de personas refugiadas en sus casas o en mitad de las calles.
Nada se puede hacer para remediarlo o aliviar el sufrimiento de estas personas.
El mundo que conocíamos se acaba. Esperemos un nuevo resurgir del ser humano mas consciente de respetar el entorno en el que vive.
Posiblemente la población del planeta quede reducida a unos pocos millones o incluso menos de seres humano.
Mi esperanza es que TU que lees esta carta puedas sobrevivir y conducir a mis dos nietos junto a ti para que ambos forméis parte de los supervivientes.


Dejo diez mascarillas y unas decenas de recipientes de oxígeno, junto a suficientes víveres para sobrevivir al menos un mes.
También he hecho un plano de los lugares a los que podréis acudir en busca de cobijo o ayuda. 
Espero que sigan funcionando.

Soy militar y biólogo, formaba parte del Gabinete de Crisis de este país, al quedar desecho he acudido a casa de mi hijo demasiado tarde, y le encuentro muerto.
Habían dejado las reservas a sus hijos con la esperanza de que yo acudiera a rescatarles.

No puedo soportar mas este infierno, además estoy sentenciado con un cáncer que acabará con mi vida en un lapso muy pequeño de tiempo.

Yo no puedo salvarles.
A quien lea esta carta le ruego salve a mis nietos, ellos igual que otro pequeños pueden ser la esperanza de un mundo nuevo".

Estoy emocionado y aterrorizado por lo que describe este hombre que ha dejado su última esperanza en manos de desconocidos.

El universo que conocíamos está sentenciado. No hay gobierno, ni orden, ni esperanza para los que permanezcan en este país.
Lo sospechaba, pero no hasta este grado, sigo soñando despierto una pesadilla que no acaba.

Salvar a los niños pide, ¿como?. Ha dejado planos con indicaciones de los lugares a los que acudir en un teórico éxodo hacia el Norte, y me pregunto si quedara alguien en ellos o solo es una esperanza que ya se ha desvanecido.

Vamos, vamos, hay que marcharse me comenta mi compañero. Todos estamos preparados para abandonar la casa cuanto antes.
Iremos primero a tu casa, recogeremos a todos y pondremos rumbo al Norte tratando de salvar nuestras vidas.

Las vuestras, pienso, pero callo y me incorporo de inmediato.
Me han alimentado, he descansado, he respirado aire sano, sigo haciéndolo y pareciera que he recuperado parte de mis fuerzas.
En breve tiempo estaré viendo y abrazando a mi querida esposa, es lo único que deseo en estos momentos.

Mis sentidos están saturados, ya no distingo el hedor de la muerte de otros olores igual de repugnantes.
Con tres cadáveres dentro de la casa lo inimaginable es pasar la noche profundamente dormido, como ha sucedido, igual que han hecho mis otros compañeros. El cansancio es devastador y el sueño es inevitable y muy bien venido.

Hemos procurado turnarnos, peor que bien, para vigilar que nada ni nadie nos de una desagradable sorpresa.
No las ha habido, el silencio es sepulcral, solo lo rompe algún tremendo alarido de muerte cuando algunos de los que escapan amparados por la noche son vilmente cazados y exterminados al momento.
¿Qué objeto tiene asesinar a quien ya está sentenciado?.
¿Robarle?.
¿Para que?, me pregunto, si ya casi nada tiene valor en un mundo infernal que se destruye a si mismo y a todo ser que respira.

Está amaneciendo y estamos preparados para abandonar la casa.
Llevamos máscaras, armas, trajes especiales y provisiones cargadas en tres carritos.
Pesan como el plomo y han bajado danto tumbos por las escaleras con riesgo de romperse y desparramar todo su contenido por los escalones.

A pesar del estruendo nadie ha salido por puertas cerradas y silenciosas. No parece haber nadie dentro de los pisos o sus ocupantes yacen muertos ya sin remedio.

El aire es irrespirable creo, no me atrevo a comprobarlo tapadas mi nariz y mi boca por una confortable máscara que me da la vida.
Todos llevamos una con sus respectivos depósitos de oxigeno vital.
Aceleramos el ritmo esperando llegar a mi casa en un par de horas a lo sumo.
El entorno es irreconocible y a penas puedo orientarme. Sorteamos árboles caídos putrefactos ya al igual que los montones de cadáveres o cuerpos diseminados por todos los sitios.

Caminad, no entreteneros, no mirar, procurar no resbalar con esa mugre infame que cubre el suelo, nos va diciendo nuestro amigo mientras arrastra el carro mas pesado y lleva a los dos hermanos enganchados a su otro brazo.
La mujer joven increíblemente recuperada arrastra otro carro ayudada por su hijo.
Yo arrastro el menos pesado aunque para mi resulta cargado con plomo.


Estamos llegando ya, mi corazón salta alborozado pensando en abrazar a mi esposa. No deseo pensar en que pueden no haber sobrevivido.
Una voz me dice que es imposible encontrarlas vivas, pero no la escucho, la esperanza sigue viva y me permite seguir moviendo mis piernas.

Mi barrio al fin.
Lo que veo y voy pisando, no me impide pensar que estoy cerca de casa, mi casa como diría ET,  mi corazón se acelera según la distancia se acorta.

Ansío con todas mis fuerzas abrazar y besar a mi esposa, pero el temor me atenaza cuando pienso en las pocas posibilidades que hay de encontrarla viva.

¿Y la muchacha?, ¿se habrá marchado con su hijo sin esperarme?. Cuando sopeso sus posibilidades constato que son nulas. Imposible atravesar la ciudad sin perecer en el intento.

Nunca el barrio fue agradable o limpio, pero ahora no puedo apreciar la diferencia con los que he ido atravesando.
Todos son inmundos e inhabitables.

El polvo y la suciedad lo cubre todo, los cuerpos se amontonan por doquier, coches aplastados obstaculizan el paso al igual que troncos y ramas podridas de los árboles.
Infinidad de ratas proliferan entre los cadáveres, la mayoría muertas y mordisqueadas por sus congéneres que se mueven entre ellas.
Resulta asqueroso y fascinante ver semejante espectáculo, no es una película de terror, es tu barrio, es tu mundo, es la realidad de un entorno que agoniza.

El ser humano no tiene sitio, otras especies lucharán por sobrevivir y el alimento no les va a faltar.
Tampoco carecerán de oxigeno pues una vez exterminados los grandes mamíferos, incluidos los humanos, el aire restante será suficiente para insectos y alimañas que a miles corretean ante mis ojos.

Pisamos cucarachas por cientos, otras suben por las piernas y llegan hasta nuestro rostro. 
Ocupadas las manos no podemos sacudírnoslas de encima.
A estas alturas ya no me importan, siempre me fueron repugnantes y aterradoras, pero ahora todo es mas horripilante que cualquier insecto vivo que repte por mi cara o piernas.
Ni tan siquiera tendría fuerzas para espantarlas en el caso de que pudiera hacerlo.


Les comento, solo nos queda llegar al final de esta calle que encontramos  a la derecha, otro giro a la izquierda y estaremos frente a los bloques donde está mi casa.

Genial, en pocos minutos estaremos allí, me responde Luis que camina con soltura arrastrando el pesado carro lleno de comida y armas.
Como se las ingenia el para caminar de esa forma para mi es un misterio. Sortea obstáculos con una agilidad pasmosa, levantando casi en  vilo a las criaturas que lleva cogidas de su otra mano.

Escuchamos voces y ruidos de pisadas amortiguadas por la masa informe que cubre el suelo.
Son renegados me susurra, tenemos que escondernos, pero ¿donde?. No hay escondite a la vista, solo pegarnos a la fachada y esperar que no giren la calle continuando recto.

Si enfilan la calle en la que estamos, casi en la esquina, nos verán sin remedio.

Me alarga una pistola a la que miro con asombro. Es la primera vez que tengo un arma en la mano.
Apunta firme y dispara, me dice, es fácil, he quitado el seguro. Solo tienes que apretar el gatillo según enfiles el arma hacia el sujeto al que quieras abatir.

Se acercan, no son muchos, tres o cuatro por el ruido y la conversación que llevan. Ríen y se jactan de sus proezas. Han liquidado a una pareja que llevaba caretas y provisiones. Tienen cuerda para varios días gracias al botín que engorda en su poder. Parece que satisfechos disfrutando con el dolor ajeno.

De donde ha salido esta caterva de desalmados que siembran todavía mas terror entre los pobres supervivientes.
Ni tan siquiera serán soldados renegados, visten sus uniformes arrancados una vez muertos su propietarios e incluso alguno se ríe de ello, de lo listos que son confundiendo al personal que piensa llegan en su ayuda.
Se acercan y los matan sin disparar un solo tiro apropiándose de las pertenencias que les interesan. Máscaras, botes de oxigeno, armas y provisiones. El dinero ya no les sirve, solo joyas o adornos semejantes tienen valor para ellos.

Están doblando la esquina. El estruendo de un disparo me saca del estupor que me embarga. Uno de ellos salta hacia atrás impelido por la fuerza de la bala que lo atraviesa en el pecho. La sangre salta en un chorro incontenible tiñendo de rojo la sucia camisa verde y queda tendido boca arriba en el suelo. De inmediato suena otro disparo y el segundo sujeto se tambalea y cae de bruces sobre la pared. Se escurre y de rodillas queda quieto sin proferir ninguna exclamación.
Dispara Emiliano, me gritan, y sin pensarlo apunto al más próximo y aprieto el gatillo. Una flor roja brota en el hombro y gira sobre si mismo como una peonza hasta que se derrumba.

El otro sujeto trata de sacar un arma inútilmente, suena el cuarto disparo que le destroza la frente e impulsado se estampa contra un árbol derruido sobre la acera.
En un instante cuatro cuerpos más engrosan el montón de muertos.
Estoy mudo y horrorizado. He matado un ser humano sin dudarlo. Primera y última vez, pienso, pero estoy equivocado y pronto tendré ocasión de comprobarlo.




gatufo

No hay comentarios:

Publicar un comentario