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Mi mas oculto deseo fue siempre ser escritor y aprender varios idiomas. He llegado a defenderme bien en Ingles y chapurrear algo de Frances. El cine y la fotografia me fascinan. La música, de todo tipo, ha sido siempre mi relax. La amistad la valora mas que a nada en la vida.

miércoles, 7 de enero de 2015

PECADOS Y REMORDIMIENTOS




Para el muchacho que vivía en los cincuenta y despertaba a su sexualidad todo era pecado, pecado mortal, y siempre era necesario ir confesar si deseaba recibir la Santa Eucaristía. Había que contar detalladamente cuantas veces se habían hecho tocamientos "impuros", en que pensaba o que deseos le incitaban a semejantes actos, y todo esto a Emiliano le resultaba muy vergonzoso y humillante.


No acaba de entender la maldad de ciertos actos ni tampoco como podían estar castigados con las penas del infierno. El fuego eterno pregonaban en las lecturas que se hacían en la misa, con lo cual en cierta forma el y otros vivían oprimidos por la culpa de claudicar a las necesidades de su pujante adolescencia.

Culpa por ceder a la tentación de pensar y disfrutar con lo prohibido, no confesar que se había hecho, y temor ante la posibilidad de morir en pecado mortal.
Vergüenza y pecados eran compañeros cotidianos durante días hasta que en algún arranque de valor, algún sábado por la mañana, se atrevía a confesar con algún fraile desconocido del convento al que acudían cada semana.





En fila de a uno andaban el trayecto que separaba el edificio de las clases del convento jesuita de Chamartín. 
Allí procedían a escuchar misa en la gran capilla, confesar masivamente en una docena o mas de confesonarios y acudir en largas filas posteriormente a la comunión.

Con el padre rector no deseaba confesar, no quería que el temible fraile conociera sus intimidades, con lo que un día y otro permanecía solo en el banco de la iglesia o rodeado de otros muchachos que como el no acudían a recibir el Santo Sacramento.
El Rector les taladraba con la mirada de sus ojos azul celeste que parecían decirles lo descontento que estaba con ellos.
Pecadores impenitentes, arrepentíos de vuestros actos y pensamientos impuros, era la frase que les enviaba con sus miradas, pero ni por esas Emiliano se movilizaba a confesarse con el.

Así fueron pasando los primeros meses y se decidió que el muchacho empezara el bachillerato a pesar de no tener edad suficiente para ello.
Con nueve años recién cumplidos comenzó a preparar lo que llamaban "ingreso" que solía prepararse a los diez o mas y muy pronto se verían los malos resultados de adelantar sus estudios y ir al ritmo de sus otros compañeros mayores que el.

El niño es listo y va adelantado, no hay problema que empiece el bachillerato a una edad temprana, le comentó el rector a los padres del crio, y así lo hicieron.





Quedaron de acuerdo en que el régimen a seguir por el muchacho sería de medio interno, es decir entrada a las ocho y media, almuerzo en el comedor del colegio y salida por la tarde a las cinco si es que no estaba castigado el o la clase entera con lo que la salida podía demorarse una o dos horas.

La disciplina dentro de las clases, en la capilla o en el patio formados era estricta. No se toleraban conversaciones, risas, ni tan siquiera malas posturas. Firmes, descanso, silencio, rezo, más rezo, atención en la clase y al menor desliz bofetada o reglazo en la mano, cuando no era de rodillas frente a la pizarra o incluso "toda la clase de rodillas" y no había posible reclamación o protesta.
La expulsión inmediata estaba siempre latente y nadie se atrevía a provocar una represalia semejante.

Se consideraba a la institución un buen colegio, donde los chicos eran educados en la obediencia estricta, las buenas costumbres de entonces, la religión, y la aceptación sumisa a la autoridad siempre presente.

Capas y mas capas añadidas que escondían en el fondo, insumisión, rebeldía, hartura, irreligiosidad, y miedo a todo lo que fuera el castigo físico o a la muerte súbita en pecado.







el gatufo







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