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Mi mas oculto deseo fue siempre ser escritor y aprender varios idiomas. He llegado a defenderme bien en Ingles y chapurrear algo de Frances. El cine y la fotografia me fascinan. La música, de todo tipo, ha sido siempre mi relax. La amistad la valora mas que a nada en la vida.

miércoles, 3 de febrero de 2016

RECORDAR Y CONTINUAR (primera parte)

 

1943 postguerra

  

Cuantas victimas inocentes están muriendo a lo largo del año 1943 sin que nadie vuelva a acordarse de ellas.
Son incontables, por cientos de miles o por millones pues la segunda guerra mundial está en plena auge, el exterminio de población civil, judíos, polacos, gitanos y disidentes al nazismo sigue implacable en cientos de campos de concentración y infinidad de ciudades.  
Nadie está a salvo de los bombardeos, fusilamientos o redadas.
 
En los frentes los soldados caen sin misericordia aniquilados por propios hermanos convertidos en enemigos irreconciliables y la penosa historia del hombre vuelve a repetirse una y otra vez en cualquier lugar de este planeta.
 
No obstante nuevas vidas llegan a este universo atormentado, sumido en una guerra devastadora que dejará decenas de millones de muertos.  
Un pequeño nace en Madrid tercero de los hijos de Paquita y Emiliano. El matrimonio ha llegado a la capital en busca de una mejor vida para ellos y su descendencia. Pareciera imposible que aquí en una ciudad que ha salido de una guerra civil hace cuatro años pueda esperarse cualquier clase de futuro, y costará mucho esfuerzo encontrarlo.

Paseo de la Delicias en Madrid, Noviembre, hace un frio de espanto el pequeño Emiliano abre su boca y profiere sus primeros lloros. Será un niño tranquilo, buenazo y comilón, aunque no hay demasiado alimento para llenar su interminable apetito.

Estará mamando muchos meses y su madre echará el resto para que no le falte leche abundante con que alimentarle. El no recordará nada de sus primeros años en el bajo de un edificio del centro de Madrid, una calle emblematica con vetustos edificios de varios pisos. 
Ha sido en uno de ellos donde nace este niño que tiene algo en comun conmigo, de hecho soy yo aunque no me acuerde de nada, solo lo que mis padres me contaron hace muchos años.
El edificio de Paseo de las Delicias tiene ascensor y la recien parida, mi madre, trata de cuidar y limpiar las escaleras y el portal de la inmensa casa pues ocupa su tiempo como portera del inmueble.

El sueldo es miserable pero a cambio ocupa la vivienda sin pagar ningún alquiler y eso es suficiente por el momento.
Ella, Paquita, no pasará mucho tiempo en semejante trabajo que no soporta y le comenta a su marido que desea cambiar de vivienda y ocuparse de sus tres hijos como es debido.
Y es que el chiquitín tiene dos hermanas mayores que el, no nacidas en Madrid, pero eso que importa. En pocos años serán tan madrileñas como su recien nacido hermano.
 
Cuando el pequeño va a cumplir los cuatro años agarran sus bártulos, los pocos muebles, colchones, ropas y utensilios de cocina y atravesando medio Madrid se establecen en un nuevo domicilio a las afueras de la capital, en el barrio de Tetuán de las Victorias que todavía no pertenece al municipio de Madrid.

Si puedo recordar a ese niño subido en una camioneta destartalada, atravesando calles viejas empedradas de adoquines, y todos los cacharros moviendose de un lado al otro de la camioneta.

Tetuán y Vallecas constituyen los dos extrarradios supuestamente mas conflictivos de la capital de España, pero eso nuestro pequeño protagonista no lo sabe, el está encantado con el traslado, con el viaje encima de esa vieja camioneta desde la que va divisando la interminable sucesión de calles de un Madrid de postguerra, sumido en el hambre, el frío y la desesperanza.

¿Que mas recuerda el pequeño ser que era yo una vez instalada la familia en Tetuan?. Poco en realidad, solo que la vida era muy dura, no había pan, hacia un frio helador en interminables inviernos en los que la nieve cubría frecuentemente las calles de tierra.
Desde la casa se escuchaba pasar los tranvias por la calle Bravo Murillo que mantenia un empedrado a medias.
Algunas zonas de la calle estaban adoquinadas, otras no, y el lateral era de tierra donde frecuentemente plantaban mesas y sillas de tablas y las gentes tomaba algún refresco cuando caia la tarde en los calurosos veranos de la Villa.

Su abuela que vivia en un pequeño pueblo del norte de Burgos venia a la casa en invierno. El frio en ese pueblo donde había nacido la madre del pequeño era tremendo, y su abuela muy mayor ya y viviendo sola era traida a la capital donde estaba cuidada y atendida por su hija pequeña Paquita, la menor de once hermanos.
 

Es el año 1947 la segunda guerra europea ha concluido en Mayo de 1945 con la rendición de Alemania. El hambre y el bloqueo mundial comienza para una España cuyo gobierno dictatorial se equivocó de aliado escogiendo al Tercer Reich, consecuencia de lo cual le harán pagar un alto precio mediante bloqueo, aislamiento y falta de ayudas de cualquier índole.

¿Y que le importará al Régimen que eso suceda?. Nada en absoluto mientras se perpetúe a lo largo de decenas de años.

Organismos Internacionales que fueron creados tras la Segunda Guerra Mundial fueron vetados para la España de los cuarenta y sería en Agosto del cincuenta cuando fue aceptada la candidatura española para formar parte de ONU gracias a las gestiones de los EE.UU. y algunos países de Latinoamérica.
Los embajadores habían sido retirados de la España de postguerra, ningún país quería tener nada que ver con un gobierno fascista que había apoyado a Hitler y Mussolini.
Los españolitos de entonces pagaron muy caro las veleidades de un gobierno alineado a las ideas del Nacional Socialismo.
Pero todo esto ni importaba ni se sabía por una población atemorizada y precavida tras sufrir una guerra civil. La necesidad básica era comer, encontrar un trabajo, sobrevivir hasta fin de mes y jugar a la lotería buscando la gracia de un premio gordo.

 El crio recién llegado a Tetuán empezó muy pequeño a acudir a la escuela, estaba frente a la casa, y de este modo la madre no tenía que ocuparse de criar tanto pequeño a su alrededor. No era la típica ama de casa al uso, no encajaba con las labores atribuidas a las mujeres de entonces, y a las de ahora, el criado de unos pequeños chillones, y la convivencia con un marido que todo el día trabajaba y acudía de noche cansado y con no demasiadas ganas de problemas añadidos.
Las regañinas, azotes en el trasero, y algún bofetón de vez en cuando eran la medicina habitual administrada a los pequeños de entonces. No había problemas de malos tratos porque no se consideraban como tales los palos suministrados por padres, maestros y demás educadores.
El pequeño estaba feliz yendo a la escuela de enfrente y aprendiendo precoz a leer, las cuatro reglas y algún sencillo problema de aritmética. Algo de Geografía, poquito sobre Ciencias y ya era mucho más que suficiente. Con seis o siete años leía de corrido, dividía por dos cifras y era un crio tranquilo agarrado a la mano del profesor cada vez que salía al recreo.
Pronto se le acabaría este tipo de vida pues sin saber como o por que se vio enrolado para asistir a otra institución docente que no le gustaría en absoluto.
 
Los recursos familiares eran muy limitados en los cuarenta y principios de los cincuenta.
No había suficiente dinero para pagar un colegio privado y al chaval lo inscribieron en un colegio público del barrio.

"Torres Garrido" era el nombre del instituto, cuyo aspecto exterior era pulcro, clases luminosas atestadas de críos del mismo sexo, varones, y un gran patio para jugar en los recreos. La calefacción era inexistente por lo que nunca se sabía si el frio era mayor dentro de las aulas o fuera en el patio. 
Desde luego los chicos estaban mejor en el recreo por mucho frio que hiciera. Corrían, jugaban a la pelota, se peleaban con la supervisión de algún maestro que evitaba los puñetazos o patadas administrados con saña, mas que peleas eran agarradas sembradas eso si de insultos o gestos despreciativos hacia los componentes de las distintas pandas.

Aprender no se aprendía nada, nada en absoluto, el profesor escribía una frase en la pizarra y les decía a los cuarenta o cincuenta chicos que la copiaran en su cuaderno y la repitieran una y otra vez durante una o dos horas. Luego borraba la frase, escribía otra y vuelta a empezar.
No había explicaciones de ninguna índole, ni repaso de aritmética, lo más tres o cuatro operaciones sencillas escritas en la pizarra y a copiarlas y resolverlas en los respectivos cuadernos. Tras dos horas de clase otra hora de recreo, bocadillo si es que lo habían traído de casa, y de nuevo en la clase algún chiquillo que salía y leía algo de lo que había escrito. No se pagaba nada por asistir al instituto pero en la práctica pedían una pequeña cantidad mensual que iría a los bolsillos del director o profesores justificando ese importe como horas de refuerzo en el estudio.
El resultado de todo esto se tradujo en que el pequeño fue olvidando lo que había aprendido en la anterior escuela de frente de su casa. Olvido multiplicar, dividir, e incluso las pequeñas nociones de geografía o ciencias que había recibido de su querido maestro José Luís.  
A Emiliano su padre o su madre le preguntaban; ¿Qué hacéis en el colegio?; Y el se encogía de hombros sin saber que decir, al final confesaba, escribir y leer, con lo cual no había posibilidad de entendimiento y las preguntas o respuestas se repetían una y otra vez.
¿Pero que hacéis en la clase?, le preguntaban, y el optaba ya por no responder, se encogía de hombros, fruncía el gesto y eso era todo. Este chico parece tonto, era la respuesta a su mutismo, y como signo de protesta para el instituto público dejaron de darle la asignación que solicitaban por las clases de enseñanza extra.

Con esa actitud paterna comenzó otro calvario para el pobre chaval, cuando el director del lugar de enseñanza le solicitaba una y otra vez el importe mensual de las inexistentes clases de refuerzo. ¡Arribas¡, decía, debes ya dos meses. Diles a tus padres que te den el importe, 25 pesetas, de la correspondiente mensualidad y ten en cuenta que se acumulan dos cuotas. Dos, tres, cuatro y seguir sumando ya que al reclamar el crio los importes a su madre esta le respondía que no, no iba a pagar unas clases que no servían para nada.
¡Tus buenos bocadillos te metes¡, le decía el director, por falta de dinero no es, solo hay que ver las barras de pan que te comes cargadas de sardinas en aceite. Dile a tus padres que así no puedes seguir, ya debes cinco meses y en cualquier momento estarás en la calle sin colegio y sin enseñanza.
Esto no iba a suceder, todo era un gran timo con el que los profesores mal pagados por la dictadura, trataban de compensar sus sueldos de miseria a costa de las miserias ajenas. Un calvario para el chaval que gestaba en su interior un fondo de rebeldía hacia algo que no podía comprender. Por que no pagaban, por que el tenía que enfrentar esa situación, a que tantas preguntas, el que culpa tenía de todo ello.
Su insatisfacción se concretaba en no hacer nada durante las clases, cambiaba cromos, enseñaba boliches nuevos, hablaba con sus compañeros, se tiraban pelotillas de papel unos chicos a otros. Eso si, el rezo puestos en pie delante del crucifijo, la canción patriótica del Cara al Sol.....con la camisa nueva, no faltaban teniendo frente a ellos colgadas de la pared las efigies de Franco y José Antonio, marrones, descoloridas, con caras de pocos amigos mirándoles con severidad.

 

Jose Antonio a la izquierda, el crucifijo en medio y Franco a la derecha, como es natural, fueron unas imágenes que acompañaron a cientos de miles de niños y niñas de la posguerra. Los dos retratos se equiparaban a Jesucristo, algo que fue creando un poso de rebeldía y falta de fe a todo lo que representara, iglesia, fe, crucifijo, fascismo, dictadura, falange y demás historias representadas en esos tres símbolos de la posguerra.

 La Plaza de Castilla en Madrid, era llamada coloquialmente "Hotel del Negro" cuando Emilianito transitaba por sus alrededores. Y el motivo era un enigma para el. ¿Hotel del Negro?, donde está el hotel, que es un hotel, se decía el pequeño, y el ¿Negro?. Quien sería el negro. Si preguntaba por estas cuestiones el mutismo era absoluto. Con lo que sería mucho mas tarde, empezando a ser adolescente, cuando sus preguntas se vieron respondidas por los chicos de la calle. El Hotel del Negro era una "casa de putas" durante la República, y el negro era quien lo dirigía. ¿Casa de Putas?, y eso que es, preguntó el muchacho. Jo, pareces tonto chaval, ¿no sabes lo que es eso?. Así, lentamente y con nueve años comenzó el crio a saber los enigmas del sexo. Hasta ese momento niños y niñas seguían jugando juntos y revueltos, sin prejuicios de ningún orden, no obstante muy pronto algunas niñas dejarían de bajar a la calle a mezclarse con los muchachos y formarían sus grupitos a parte con otras niñas de su edad.

Con ocho años al chaval lo habían sacado del instituto "Torres Garrido" y lo habían inscrito en un nuevo colegio, esta vez de Frailes Jesuitas que había en el barrio de Chamartín de la Rosa. Lo de "La Rosa" nadie sabia el por que, posteriormente desapareció "La Rosa" y quedó solo "Chamartín" para la posteridad o el momento actual.

Con un frio helador, en invierno. empleaba media hora de larga caminata subiendo Bravo Murillo, atravesando "El Hotel del Negro" o Plaza de Castilla, y bajando por Mateo Inurría hasta el colegio-convento de los Jesuitas. A las ocho y media cerraban la verja de entrada al recinto y nadie entraba en su interior. Con cuatro, si cuatro, faltas no justificadas el chico era expulsado del colegio de inmediato por faltas de puntualidad o novillos. El temor a ser expulsado era permanente pues se creía que este colegio tenía que ser muy bueno al ser regentado y propiedad de "los Frailes Jesuitas", nada mas lejos de la realidad pues para el muchacho, y sus compañeros, pues fue una fuente de sinsabores y torturas administradas sabia y ladinamente por sus maestros seglares, y su director padre jesuita imbuido de un rígido espíritu de rectitud y disciplina.
Que alegría para sus progenitores, el chico va a un colegio de curas, allí le enseñaran bien todas las materias y lo educarán adecuadamente. Y no es caro, que va, poco más de lo que reclamaban en el anterior instituto "Torres Garrido" donde 
olvidó todo lo que ya sabía, comentaban entre ellos.

A sus hijas las habían sacado de un colegio de monjas, "Las Adoratrices", ubicado cerca de la casa en la que vivían,  por el mismo motivo que al chico. No aprendían nada en absoluto, se pasaban el día rezando, tenían que ir muy limpias, el pelo recogido y un uniforme impoluto.

En una ocasión en la que a Paquita, la madre, no le dio tiempo a recogerles el pelo adecuadamente, las monjas pasearon a las dos hermanas por todas las clases indicando la forma en la que NO había que acudir al colegio-convento. Luego las mandaron a casa para que su madre las peinara convenientemente.
Ya no volvieron a semejante lugar, convento de "brujas", según la madre. De inmediato hubo que buscarles un nuevo colegio, esta vez privado y de pago, donde finalmente comenzaron a aprender algo de provecho.
Pronto con nueve para diez años empezaron a estudiar lo que entonces llamaba "bachillerato" y durante cinco años o más estuvieron sometidas a la disciplina de un colegio privado seglar. Muy caro para los bolsillos de la mayoría, y protesta continua para Paquita su madre, que mensualmente tendría que apartar una sabrosa cantidad de pesetas para el estudio de las dos muchachas.

Emiliano sería menos gravoso, empezó su bachillerato con ocho para nueve y la mensualidad que pagaba era mucho menor que la satisfecha por sus hermanas.

Temor es lo que siente este crio de ocho años cuando vuelve a cambiar de colegio y ahora tiene que ir a uno regentado por Jesuitas. Hora de entrada ocho y media, a esa hora se cierra la verja.
Distancia a recorrer treinta o cuarenta minutos, al paso de un chico de ocho años.
La hora para levantarse siete y cuarto de la mañana, lavarse con agua helada y en marcha el solo.
Emiliano piensa que tiene que hacer ese recorrido llueva o nieve, con frio o calor, y por supuesto lo hará solo.
Nada puede hacer para evitar ese desafío. El colegio al que va ha sido un desastre y sus padres piensan que la mejor opción es este colegio de Jesuitas, llamado "Nuestra Señora del Recuerdo"  que está situado en Chamartín, una zona aneja a Madrid que pronto será un nuevo distrito de la gran ciudad.

Ocho años y un recorrido de cuarenta minutos, noche cerrada en invierno, frio, lluvia, y a un nuevo colegio en el que desconoce a sus compañeros y profesores. La amenaza es tener mas de cuatro faltas de asistencia y ser expulsado de inmediato.
De nada sirve quejarse, no hay quejas válidas en el Madrid de los años cincuenta. Es Octubre de 1952 y este crio de ocho años comienza el recorrido que le conducirá a pasar cinco años, medio interno, en un colegio que le marcará de por vida.

Es indudable que un colegio interno, o medio interno, a una edad temprana señala para siempre a los niños y niñas que acuden a el sin ninguna defensa, a merced de sus educadores, buenos o malos, templados o violentos, cultos o iletrados. Y no hay queja posible, privilegiados de poder acudir a un colegio donde se les enseña, o donde se les educa que esto último puede ser mas importante.
¿Educar, en que consiste esa educación?. Una pregunta interesante y complicada.
Depende del momento, del lugar, de las costumbres, de la religión imperante, del sistema de gobierno, de los derechos reconocidos o no hacia la infancia.
En la España del año 1952 la costumbre era patriarcal, la religión era Cristiana Apostólica y Romana sustentada por un Estado confesional, el sistema de gobierno era una dictadura, y los derechos de los niños no existían.
¿Que podía sentir un crio de ocho años de una situación semejante?.

Miedo, pavor ante lo desconocido, prevención ante sus nuevos compañeros de todas las edades rejuntados en un patio enorme donde se les soltaba media hora por la maña y otra media por la tarde. Con frio o con calor el patio era obligado, nadie permanecía dentro de la clase y un maestro vigilaba que no hubiera declarados abusos de los mayores hacia los pequeños.
Pero los había.

En dos turnos diferenciados se juntaban niños, varones, desde los ocho años hasta los once. Posteriormente salía el segundo turno con muchachos de doce hasta los catorce o quince años de edad.
Los mayores abusaban de los pequeños de todas las formas zafias y soterradas imaginables. Empujones, insultos, amenazas, chantajes, eran habituales, que no palizas pues el profe vigilaba las agresiones descaradas.
Con esta perspectiva educacional comienzan las clases, o el calvario, que Emiliano tendrá que recorrer a una muy temprana edad de su vida.
Solo, indefenso, minúsculo, en un entorno hostil y severo que marcará su vida.

El invierno de 1952 iba a ser duro en muchos aspectos para el pequeño Emiliano. Cumplirá 9 años en noviembre y para esas fechas el frío de la meseta se deja notar en mañanas gélidas y mediodías templados.
No tengo frio, piensa el, como es posible que digan siempre lo mismo. Que frío hace, repiten estos mayores, y yo me pregunto, ¿es que no se enteran de que en invierno hace frío y en verano calor?.  Anda lo mas rápido que puede, lleva la mente en blanco pues no sabe lo que le espera.  
¿Para que preocuparse?. Peor que estaba en el Torres Garrido no voy a estar aquí. Espero pagar todos los meses y que no me tengan que hablar de los bocadillos que me como al desayuno. Que pesado era ese señor repitiendo una y otra vez siempre lo mismo. ¿No se cansaría? Y mamá me seguirá preguntando ¿Qué hacemos en el cole?. Supongo que ya no lo hará, dicen que es bueno, veremos.
 
Con estos pensamientos el chaval atravesaba la gran plaza descampada a la que llamarían Plaza de Castilla y por la que el viento no paraba de soplar. La Sierra de Guadarrama blanqueadas sus cumbres por las primeras nieves lanza puntazos de oxígeno que purifican la atmosfera de la gran ciudad. También hace sentir el viento helado que acompaña a las mañanas de un Madrid aterido, sin leña ni carbón para atenuar el frío crónico de sus habitantes. El crío no es uno de ellos, rebosa de energía hasta el punto de que nunca lleva abrigo, un jersey grueso, una bufanda y guantes de lana confeccionados por su madre, y a veces una chaqueta arreglada para el de su padre que suele llevar con desgana. Es alto para su edad y comienza a llevar prendas adaptadas de su padre. No le gustan, preferiría llevar algo suyo, propio, comprado expresamente para el, pero no hay dinero para semejantes lujos y debe a regañadientes llevar las prendas de uniforme que a su padre le suministra el Banco Hispano por su puesto de ordenanza en el mismo.

Maravilloso, piensa el, se van a partir de risa lo críos cuando me vean de semejante facha. Una chaqueta de uniforme que se ve perfectamente es de mi padre. En cuanto pueda me la quito, pero ¿donde la guardo?, si la pierdo mi madre me mata.

He llegado a las verjas del colegio con diez minutos de margen. Entro y comienzo a examinar a los chicos que van llegando. No se donde está mi clase piensa, tendré que preguntarlo.
 
El barullo es impresionante, sale un profe y grita, todos al patio, rápido, ¿Qué hacéis aquí dentro?. Formar filas de a tres por curso, los de primer año a la derecha, a su izquierda en fila los de segundo, y así sucesivamente hasta los de cuarto grado. 
Quiero ver cinco filas perfectamente alineadas de menor altura a mayor, así os veo a todos, el que se mueva  va a cobrar por ser el primer día de clase.

Atropelladamente y a empujones los chicos van saliendo a un enorme patio que hay en la trasera del edificio. Desde el se ven campos sembrados, huertos y al fondo a la derecha se erigen las torres del convento de los Frailes Jesuitas que pasados unos años sería derruido, nadie sabe la razón aunque seguramente sería pura especulación al revalorizarse exponencialmente los terrenos circundantes.
Se van formando las filas mal estructuradas las de primero pues los chavales están asustados. Las otras perfectamente sincronizadas sirven de ejemplo para los recién llegados.
Emiliano está al final de su fila, es muy alto para la media de estatura y aparenta mayor edad de la que realmente tiene. Tendrá problemas por ello, aunque eso será en su próximo futuro.
 
Para la sociedad generada por la dictadura de Franco en los cuarenta, cincuenta e incluso sesenta, todo aparenta ser claro y verdadero. Las ideas son escuetas e inamovibles:
 
Las madres solteras son chicas o mujeres descarriadas que son apartadas de la sociedad. Son fruto de cotilleos o comidillas cuando no son directamente expulsadas de casa de sus padres por ser una vergüenza para la familia.
La homosexualidad es una aberración que no tiene cabida en las costumbres cristianas o morales del Estado. A veces es perseguida, denunciada y finalmente condenada con cárcel o palizas sabiamente administradas por la brigada político social.
Cualquier opinión o idea que se aparte de la doctrina cristiana o del glorioso Movimiento Nacional del treinta y seis, es prohibida y perseguida con saña.
Los partidos políticos están prohibidos y sancionados sus miembros.
España sufre una conspiración Judeo-Masónica inspirada por las fuerzas extranjeras enemigas de nuestro glorioso pasado y prometedor futuro.
Chicas a un lado, chicos a otro, perfectamente diferenciados y separados los sexos en escuelas, recintos sociales e incluso en algunos actos lúdicos celebrados en pequeñas ciudades de España.
Carnavales prohibidos por decreto.
Cesura en todos los medios, cine, radio, prensa y cualquier otro boletín informativo.
El sexo está prohibido por decreto. No existe. Chicos, Chicas, Mujeres y Hombres son seres asexuados que solo sirven para procrear y dar españolitos a la Nación.
El pecado existe en cualquier sitio, permaneced siempre alerta recomiendan en pequeños panfletos repartidos en diócesis y organismos sociales. Se prohíben bailes agarrados, besos, tocamientos impuros, revistas extranjeras y todo símbolo explicito de lubricidad.
Diferencia de derechos y obligaciones entre ambos sexos. La mujer es madre, compañera y esposa, nada más. Mejor en casa que fuera del hogar.
Chicas que deberán aprender cocina, costura, bordado y prestaran parte de su tiempo en el Servicio Social Obligatorio si alguna vez desean trabajar fuera de sus casas.
Chicos que aprendan a jugar al futbol, balónmano o balón cesto a lo sumo. 
Servicio militar obligatorio y cartilla militar durante diez, quince o veinte años

 En Semana Santa se prohíben cualquier clase de espectáculo o divertimento no religioso. Música clásica en las ondas, teatros cerrados, cines con la Pasión de Cristo o peliculas de Romanos, y visitas a las Iglesias haciendo las Estaciones. Procesiones, Rosarios, Vigilias, propiciadas y retransmitidas para toda la Nación.
Futbol, Pan, y Toros, esa es y será la norma por años.

La lista es interminable como corresponde a una dictadura férrea que se precie. Dictadura de derechas, copiada en muchas de sus normas y maneras a las de izquierdas de las naciones del Este, salvo en lo que a la religión se refiere.
Es una verdad comprobada que los extremos se tocan, dictadura de derechas o dictadura de izquierdas, ¿que las diferencias?.
La sociedad española temerosa del pasado calla y acepta, en apariencia, mientas sotto voce se cuentan chistes a costa de Franco, su esposa, el gobierno y los curas.

La España de charanga y pandereta  mencionada por Machado que siempre será la misma, calla, acepta, murmura, y permanece aterrada por una pasada guerra civil que asoló las torturadas tierras de una Nación abandonada a su suerte.

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Ya formados en filases los chicos esperan callados, algo va a suceder piensa Emiliano, pero la espera se le hace muy larga.  
Medio dormido, con frío, quieto, casi tirita y está asustado de verse en ese mundo desconocido para el. ¿Cuánto tiempo ha pasado?, no lo sabe, de repente ve aparecer una figura de negro, delgada, espectral casi pues no conserva ni un solo pelo en su cráneo cerúleo que brilla en la tenue luz de la mañana. Les da la bienvenida, enumera una serie de reglas en una interminable lista que pareciera no tener fin. Las sanciones para el incumplimiento de esas rígidas normas parece ser siempre la misma: la expulsión inmediata del colegio sin opciones de perdón.

El crio está apabullado, igual que todos los pequeños compañeros que forman delante de el.  Semejan pequeños reclutas a los que ya han gritado "descansen" pues aunque mas relajados sin estar "firmes" siguen sin descansar en absoluto. Las primeras filas de su grupo se están moviendo y el mismo comienza a desfilar camino del recinto. ¿Dónde vamos ahora?, se pregunta.
 
Enseguida lo verá, entran en un gran espacio que parece un salón de actos o una capilla, pues al frente hay un altar con una figura de Cristo crucificado. Los pequeños ocupan las primeras filas, y pronto todos van colocándose por orden, de primer curso hasta el último en un absoluto silencio. Cuando están todos dentro empieza a escucharse un murmullo que poco a poco va a más cuando los de atrás empiezan a saludarse, y los pequeños miran a ambos lados e intercambian nombres con los compañeros de al lado.
¡SILENCIO¡  se escucha de repente. ESTAMOS EN LA CASA DE DIOS, añade a continuación la figura de negro, de pie, frente al altar mirando a todos y cada uno de los muchachos. Los taladra con sus ojos azules, fijos en cada uno de ellos, y el silencio se extiende de inmediato como si una gran mancha de aceite inundara el recinto asfixiándoles sin poder respirar. Este cura es aterrador, piensa el crio, y retira su mirada con prontitud pues no se atreve ya a mirar al frente.

Desaparece la figura de negro y enseguida vuelve a colocarse frente al altar, despaldas de ellos afortunadamente, vestido con las ropas apropiadas para decir misa. Comienza el Oficio, largo, perpetuo, en el que los ojos se cierran inadvertidamente hasta que algún chaval es despertado con un sonoro sopapo propinado por uno de los proferos, calvo y con bigote, que cuida de la silenciosa manada.
Llega la comunión y los chavales comienzan a desfilar por orden, desde los primeros bancos hacia los de atrás, fila tras fila se dirigen al altar donde formando una hilera de frente esperan a recibir la Sagrada Forma. Un crio comulga, por orden, de izquierda a derecha  en la hilera arrodillada primero y en sentido inverso después. Con la Sagrada Eucaristía en su boca, se incorpora, abandona la hilera paralela al altar y de inmediato otro ocupa su sitio. El proceso se hace con rapidez, no obstante al ser solo un sacerdote quien administra la comunión, el tiempo pasa con lentitud y al menos durante diez minutos se prolonga el desfile de niños rígidos, silenciosos, que se arrodillan y posteriormente se incorporan con la pequeña Hostia dentro de sus respectivas bocas.

Emiliano no ha se ha confesado, y permanece en su sitio casi solo y avergonzado por no acompañar a sus compañeros. La gran mayoría si ha abandonado sus asientos y se han dirigido hacia el altar, al frente esperan su turno y tardarán en regresar haciendo la soledad del crio mucho mas notoria.
Está solo, avergonzado, indefenso, piensa que todas las miradas se clavan en el y al menos una si le examina detenidamente mientras va depositando el Cuerpo de Cristo dentro de las pequeñas bocas de los chicos que de rodillas esperan su turno, algunos con la lengua fuera igual que perrillos felices que van a recibir su premio.
Empiezas bien, piensa el chico, lo primero que tienes que hacer será confesarte a la primera ocasión que tengas, pero con quien, con esa figura oscura que te ha clavado en el banco con su fija mirada. Pues que remedio, asiente en su interior, no veo ninguna otra forma oscura.

Futbol, toros, cine y mas futbol era el opio del pueblo en la España de los cincuenta.
Cualquier evento, convocatoria o manifestación eran abortadas a base de retransmitir por la televisión un partido, una corrida de toros o una buena película previamente censurada, doblada e incluso con los diálogos cambiados si fueran política o religiosa mente incorrectos o inapropiados.
 
El 1 de mayo, fiesta del trabajo, se había convertido en el día de San José Obrero, cualquier manifestación sindical era perseguida primero por que no existían los sindicatos de clase, eran los del movimiento, segundo a base de espectáculos deportivos o taurinos retransmitidos, y en tercer lugar a pasa de Policía Armada, a caballo en ocasiones, que se ocupaba de reprimir a base de porra cualquier reunión o manifestación no autorizada por el régimen.

Lentamente "el opio del pueblo" había dejado de ser la religión para convertirse en "Televisión Española" que a base de futbol , corridas, festejos y festivales, todo ello retransmitido, había reemplazado a otros medios menos visuales.
Programas, series, concursos, y actuaciones en playback, todo era valido para combatir cualquier desviación de la ideología oficial. Prohibido pensar, opinar, manifestarse, reunirse en grupos de más de seis o siete.
Ley de vagos y maleantes a todo aquel que no tuviera un trabajo definido, una mentalidad al uso, social y religiosa, cristiana, ausente de ideologías políticas o reivindicativas de cualquier orden y tratara de vivir sin seguir las normas de convivencia del régimen.

La clase es grande, bien cuidada, no hay borrones de tinta sobre los bancos y todo aparenta limpio y ordenado. La luz pasa libre a través de los cristales de grandes ventanas y el ambiente resulta cálido con el sol de otoño.
Yo tengo un crio de mi edad sentado a mi lado, los pupitres son de dos, no corridos y ya se han presentado.

Me llamo Domingo ha dicho el muchacho, ¿y tu como te llamas?. Emiliano, respondo y le miro a los ojos directo.
Siempre hago igual miro los ojos de la gente, es la forma de tratar de adivinar sus pensamientos, por los movimientos de sus párpados, su pupila que puede agrandarse o volverse pequeña, se si dice verdad o no. También las manos son muy esclarecedoras, y he observado que las de la figura negra no se mueven. Suele tener sus dedos entre cruzados sobre su estomago y evita cualquier tipo de movimiento. Es muy astuto, creo, y es seguro que voy a tener tiempo de comprobarlo.

Sucede también que si conozco bien a la persona que miro fijo a sus ojos, suelo saber lo que está pensando, si ha ocurrido algo, y si hay hostilidad o agrado en su mirada. A mi madre, que tiene los ojos claros, siempre leo en ellos, estados de ánimos, si ha tenido disgustos, si está alegre o triste, y con esos datos en mi cabeza procedo con precaución a decirle o pedirle lo necesario.
 
Tras observar bien a Domingo, por su mirada, el gesto tímido de su boca, y sus manos a la defensiva, llego a la conclusión de que es un buenazo. He tenido suerte, pienso, seguro que vamos a ser buenos amigos.
Entra un profesor, nos ponemos en pie, rígidos, señala a un chico y le indica que rece. Un padre nuestro, un Ave María, Gloria y tras ellos nos dice que cantemos. Encima del pupitre hay una hoja con varias canciones, hoy cantar leyendo pero para mañana quiero las letras aprendidas sin excusas, son fáciles y muy instructivas.
Algunos comienzan a catar algo titulado  "Cara a el Sol" sin tan siquiera consultar la letra. Yo la leo, a la misma vez que Domingo, y cantamos en voz baja. Siento vergüenza de estar cantando algo que ni entiendo ni me gusta, aunque tendré que aprender esa canción y otros dos que vienen a continuación. Una de ellas se titula "Prietas las Filas" y la otra "Isabel y Fernando", pero que canciones mas extrañas y que situación tan absurda cantarlas antes de empezar la clase. No se ni lo que indican las letras aunque es muy probable que nos las expliquen luego.

Y así va a ser, el profe se presenta diciéndonos que aprenderemos una asignatura que se llama "Formación del Espíritu Nacional" y yo sigo sin entender nada.
Pienso que no voy a empezar en absoluto bien estas clases en el colegio de los Jesuitas, y tengo para rato, si es que no me expulsan antes.

Es un mundo hostil el que rodea al pequeño chaval que ve como su espiritualidad infantil va desapareciendo a base de empujones, alguna bofetada, malos modos y bromas de los compañeros mayores que el. Tampoco los profesores se abstienen de sacudir a los chicos cuando les viene en gana.

No es "el vive y deja vivir", no, se trata de ser el mas duro y rodearse de compinches que ríen tus gracias y las bromas que gastas a los más débiles y pequeños. Suele ser la norma de los matones y de quienes son mas débiles que nadie. Necesitan del grupo para sentirse poderosos y dejar aflorar su insegura agresividad.
Emiliano está en desventaja, es pequeño, no es agresivo, pero no es débil, nunca lo ha sido ni lo será en el futuro.
Poco a poco su carácter se irá forjando en una dura capa exterior que va rechazando las agresiones verbales a base de indiferencia y no seguir la norma establecida. Aislamiento, pasar desapercibido, confundirse con el paisaje, esa es su táctica y le dará buenos resultados cuando ha sufrido bromas pesadas y algún empellón.
Al cabo de unas semanas, sin darse cuenta, ha encontrado un amigo.
Es mayor que el, año y medio más, lo bueno será que vive en la misma calle que el chaval. Nunca antes se habían encontrado posiblemente porque es nuevo en el barrio.

En lo sucesivo este amigo será su escudo protector que le va a evitar gran parte de las bromas que le venían gastando.
Es mayor, es listo, ocupa las primeras filas de la clase e impone respeto por su irónica manera de ser. Van a ser íntimos amigos durante muchos años, los mejores presagios se perfilan en el futuro de estos muchachos. Amistad, camaradería y buenos ratos juntos hasta que pasen su adolescencia.


Adolescencia y sexualidad, dos factores que multiplican por diez la sensibilidad de los críos que se acercan a la pubertad y Emiliano no es la excepción. Con nueve años todo lo relativo al sexo comienza a interesarle y aún no ha empezado a madurar. Nunca el concepto de pecado había sido significativo para el, ahora todo comienza a cambiar y cada vez se siente mas indefenso ante las fuerzas de lo que entonces se consideraba "el mal" es decir el "sexo solitario" perseguido y penado con las llamas del infierno.
Las horribles y tremebundas historias que se leían en misa o a la hora de comer todas trataban de lo mismo, pecado y condenación, y el terror de morir en pecado por cometer actos llamados "impuros" iba haciendo presa en el animo y espíritu de los pequeños pre-adolescentes.
En voz baja comentaban sus descubrimientos sexuales, que si hombres y mujeres hacían "eso", el acto, y no solo una vez para encargar los niños. Lo hacían en muchas ocasiones y era muy placentero. ¿Cómo lo hacían? Pues ya sabes, hay que introducir la "cosa" dentro de las mujeres y luego, bueno... luego nadie lo sabía pues la experiencia era nula.
Que asco, comentaban algunos, "la cosa dentro de su cosa", ¿y eso puede gustar?. Es seguro que gusta, comentaban los mas mayores, pues cuando los novios se casan y van de "luna de miel" están muy contentos y por eso se llama "de miel" por que tiene que ser muy dulce practicar eso, el sexo.
Chismes y comentarios de esta índole corrían de boca en boca de los críos, sazonados con auto tocamientos de investigación prematura. ¿La cosa dentro? y ¿como?, si es tan blandita y pequeña pensaban los pequeños. Blandita y pequeña la tenéis ahora que sois un críos pequeñajos, les decían los expertos o tempraneros, ya veréis lo que pasa dentro de poco una vez que os manipuléis lo suficiente. ¿Y eso como se hace?, preguntaban una y otra vez los de nueve o diez años a el menor descuido. Pues eso, silencio, hay que manipular, tocar, mover la mano, y zas ocurre.
Con estas explicaciones el crio no se enteraba de nada y a el, de momento, estos temas le daban extrema vergüenza. No le gustaba hablar de eso pues con dos hermanas en casa le daba pudor pensar en esas cuestiones de chicos y chicas.

En la calle jugaban todos juntos, chicos y chicas revueltos, aunque si había juegos exclusivos de muchachos y otros de chicas. Por lo demás todos eran considerados compañeros de juego y a veces las peleas o puñetazos se repartían sin distinción de sexo alguno.
En el colegio todo era diferente, al ser solo chicos las conversaciones maliciosas proliferaban por los corrillos. Cuando se divisiva algún profe cerca, o el rector, se cambiaba de inmediato el tono o la conversación y salía a relucir los partidos de futbol, el Real Madrid, o cualquier otra cosa que sucediera en ese momento.
En voz baja también hablaban de los que habían expulsado por faltas a clase o por alguna otra pequeña-gran falta castigada con la expulsión inmediata. Hablar en misa o el rosario iba acumulando pequeñas faltas que una vez sumadas constituían faltas severas. A las cinco también se castigaba con la expulsión y no había recurso posible.
Se acercaban las Navidades del año 1952 que no cambiarían nada en la vida del pequeño muchacho que acababa de cumplir los nueve años. Inmaduro, inocente, indefenso casi, pronto iría desarrollando un espíritu de superviviente que le acompañaría durante toda su vida.
Para el muchacho que vivía en los cincuenta y despertaba a su sexualidad todo era pecado, pecado mortal, y siempre era necesario ir confesar si deseaba recibir la Santa Eucaristía. Había que contar detalladamente cuantas veces se habían hecho tocamientos "impuros", en que pensaba o que deseos le incitaban a semejantes actos, y todo esto a Emiliano le resultaba muy vergonzoso y humillante.

No acaba de entender la maldad de ciertos actos ni tampoco como podían estar castigados con las penas del infierno. El fuego eterno pregonaban en las lecturas que se hacían en la misa, con lo cual en cierta forma el y otros vivían oprimidos por la culpa de claudicar a las necesidades de su pujante adolescencia.
Culpa por ceder a la tentación de pensar y disfrutar con lo prohibido, no confesar que se había hecho, y temor ante la posibilidad de morir en pecado mortal. Vergüenza y pecados eran compañeros cotidianos durante días hasta que en algún arranque de valor, algún sábado por la mañana, se atrevía a confesar con algún fraile desconocido del convento al que acudían cada semana.
En fila de a uno andaban el trayecto que separaba el edificio de las clases del convento jesuita de Chamartín.  Allí procedían a escuchar misa en la gran capilla, confesar masivamente en una docena o mas de confesonarios y acudir en largas filas posteriormente a la comunión.
 
Con el padre rector no deseaba confesar, no quería que el temible fraile conociera sus intimidades, con lo que un día y otro permanecía solo en el banco de la iglesia o rodeado de otros muchachos que como el no acudían a recibir el Santo Sacramento. El Rector les taladraba con la mirada de sus ojos azul celeste que parecían decirles lo descontento que estaba con ellos. Pecadores impenitentes, arrepentíos de vuestros actos y pensamientos impuros, era la frase que les enviaba con sus miradas, pero ni por esas Emiliano se movilizaba a confesarse con el.
Así fueron pasando los primeros meses y se decidió que el muchacho empezara el bachillerato a pesar de no tener edad suficiente para ello. Con nueve años recién cumplidos comenzó a preparar lo que llamaban "ingreso" que solía prepararse a los diez o mas y muy pronto se verían los malos resultados de adelantar sus estudios y ir al ritmo de sus otros compañeros mayores que el.
El niño es listo y va adelantado, no hay problema que empiece el bachillerato a una edad temprana, le comentó el rector a los padres del crio, y así lo hicieron.

Quedaron de acuerdo en que el régimen a seguir por el muchacho sería de medio interno, es decir entrada a las ocho y media, almuerzo en el comedor del colegio y salida por la tarde a las cinco si es que no estaba castigado el o la clase entera con lo que la salida podía demorarse una o dos horas.
La disciplina dentro de las clases, en la capilla o en el patio formados era estricta. No se toleraban conversaciones, risas, ni tan siquiera malas posturas. Firmes, descanso, silencio, rezo, más rezo, atención en la clase y al menor desliz bofetada o reglazo en la mano, cuando no era de rodillas frente a la pizarra o incluso "toda la clase de rodillas" y no había posible reclamación o protesta. La expulsión inmediata estaba siempre latente y nadie se atrevía a provocar una represalia semejante.
Se consideraba a la institución un buen colegio, donde los chicos eran educados en la obediencia estricta, las buenas costumbres de entonces, la religión, y la aceptación sumisa a la autoridad siempre presente.
Capas y mas capas añadidas que escondían en el fondo, insumisión, rebeldía, hartura, irreligiosidad, y miedo a todo lo que fuera el castigo físico o a la muerte súbita en pecado.


En el barrio madrileño de Tetuan la vida transcurría sin sobresaltos. Trabajo no faltaba aunque se ganaba una miseria. Nadie tenía suficiente con un solo jornal y los hombres se afanaban en tener dos o incluso tres empleos que les permitieran sobrevivir a la precariedad  cotidiana. No había ningún aparato que mejorara las labores domésticas. En verano el agua, la casera o el vino a granel se enfriaban en un cubo con un trozo de hielo comprado en algún sitio donde los vendieran. Se enviaban a los chicos a comprar un pedazo que el comerciante partía con un pica hielos y lo metía en el cubo que los chavales llevaban al efecto. Una vez en casa se metían lo que quisiera enfriarse, botella de agua, vino y a veces gaseosa. De vez en cuando alguna botella de cerveza si se esperaban visitas. Mantequilla bien envuelta, alguna pieza de fruta y poco más. El pedazo de hielo duraba unas horas las suficientes para conservar o enfriar lo necesario.

Quien no compraba hielo refrescaba el agua dentro de un botijo que pasaba de mano en mano para izarlo por encima de la cabeza y beber abriendo la boca al chorro que brotaba del pitorro. Había que ser muy hábil, tragar al tiempo que el chorro llenaba la boca procurando no chupar jamás del pitorro pues otros iban a beber del botijo y hubiera sido muy poco higiénico beber de otra forma. El botijo se tenía en todo lugar de trabajo, igual en oficinas, obras en construcción o talleres.
Los había blancos o marrones, siempre de barro para refrescar el agua, limpios en las oficinas y tiznados de grasa en los talleres.
Los chicos y chicas de la edad de Emiliano siempre deseaban estar en la calle jugando. Daba igual la estación del años, si hacía frio o calor, si llovía o helaba, su ideal era salir de casa y jugar a lo que fuera.

Nada que ver el ambiente del barrio con el que tenía en el colegio de los frailes. En la calle se hablaba de todo, a voces, se cantaba, se corría, se decía palabras mal sonantes, se cuchicheaban los últimos descubrimientos relativos al sexo cuando las chicas no estaban presentes, se intercambiaban cromos, canicas, chapas, tebeos, peonzas, novelillas, y sobre todo historias de la última película que se había visto.
Las del Oeste y espadachines eran las preferidas entre los chicos, las muchachas preferían otras películas y hablaban de actores que ellas consideraban guapos.
Emiliano vivía tres mundos paralelos a cual mas diferente, el de la calle, el de casa, y el del colegio. Entre ellos no había puntos en común, en cada uno de ellos era un chico diferente y se portaba de diferente forma.
Aunque procuraba ser pacífico en los tres, no meterse en problemas, en la calle no le faltaban sus pequeñas peleas, guerras entre diferentes chicos acorde con sus edades, y a veces las "dreas" con tirachinas o piedras arrojadas a mano no faltaban. Varias veces acudía a su casa "descalabrao" por que una pequeña piedra había impactado contra su cráneo o su cara. Si era así no había forma de ocultarla y luego recibía algún azote de propina por meterse en semejantes contiendas.
Se sentía feliz jugando en la calle con los chicos y chicas de su edad. No había nada mejor para el y sus hermanas mientras fueron pequeñas, luego, una vez mocitas con sus primeros síntomas de pubertad las chicas desaparecían de la calle y empezaban a arreglarse, ponerse guapas y a presumir.
Los años cincuenta iban pasando sin tener constancia de que España estaba aislada, de que no había libertad de prensa, ni de política, ni de prácticamente nada. Pero que importancia tiene esto cuando se tienen nueve o diez años.
Ninguna en realidad.

Cuanto frío pueden pasar unos críos en el crudo invierno de Madrid cuando no hay nada para calentarse. El carbón era carísimo, las astillas para prender la lumbre mojadas, y los recursos para las gentes que vivían en los cincuenta muy limitados. Carbón, era la pesadilla en el invierno, carbón que arda y caliente los huesos helados hasta los tuétanos.
No había con que calentarse, lo mejor salir a la calle y correr, jugar al rescate, tu la llevas, el escondite a llamar a las puertas, policías y ladrones, de esta forma se pasaban las horas sin pensar en el frío, el hambre o las privaciones.
Chicos y chicas menores de once o doce años pasaban su tiempo libre en la calle, saltando, chillando, jugando. El frio y el mal humor quedaban encerrados en las casas donde las madres se lamentaban de la escasez.
 
Dentro de las casas, salvo en la cocina, el frío era espantoso y los sabañones en los pies o manos era la norma general. Como picaban y dolían por mucho que las madres se afanaran tejiendo jersey y calcetines de lana para marido e hijos. Manos agrietadas del agua fría, costras que dolían cantidad y ninguna crema para aliviar las molestias.

Inviernos de Madrid años cuarenta y cincuenta, cuanto duraban, interminables, cuando vendrá el buen tiempo se escuchaba de continuo comentar en las tiendas o puestos callejeros. Las cerilleras que vendían tabaco y caramelos sentadas en unas sillas de madera en mitad de la calle tiritaban de frio bajo capas y capas de ropa y algunas mantas raídas. Los chavales cuando conseguían alguna "perra chica o gorda", cinco o diez céntimos de peseta, corrían a comprar alguna golosina, un chicle, diez de pipas o algún cigarrillo los mayores que se fumaban a escondidas de los mayores. Que pensarían estas mujeres inmóviles durante horas, sentadas a ambos lados de la calle próximas a algún cine, peleando con los críos que trataban de sisarles algún caramelo o chicle a poco que se descuidaran. En un pequeño cesto depositaban su mercancía y así vendiendo chucherías sacarían algunos céntimos de ganancia para ir mal viviendo.
En algún otro puesto se cambiaban tebeos o novelas baratas a los muchachos que con diez céntimos de peseta conseguían cambiar algún tebeo con el que pasar la tarde, y una vez leído a cambiarlo con algún otro crio que hubiera renovado su colección por el mismo procedimiento.
El problema era siempre donde encontrar una "perra gorda" (los diez céntimos) y así completar una tarde de sábado o domingo.
Nada calmaba el frío, nada aliviaban los sabañones, picaban y dolían a rabiar.
¿Qué hacer?. Aguantar, simplemente aguantar y no quejarse pues lo último era siempre cabrear a los mayores.
Frío en la casa, frío en el colegio, frío a veces en la calle que se combatía corriendo y jugando. ¿Qué nos quedaba?.
El cine, las salas de sesión continua, todos apiñados hasta la primera fila recibiendo y dando calor humano e incluso con suerte con la calefacción encendida. Suficiente para sentirse en la gloria y repetir las películas una y otra vez en sesiones interminables de cinco horas.

Cine, cine, cine, mas cine, todo lo que el cuerpo y la mente aguantaran con tal de estar calientes y a salvo.


continuaré............ 
 
 

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