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Mi mas oculto deseo fue siempre ser escritor y aprender varios idiomas. He llegado a defenderme bien en Ingles y chapurrear algo de Frances. El cine y la fotografia me fascinan. La música, de todo tipo, ha sido siempre mi relax. La amistad la valora mas que a nada en la vida.

martes, 16 de diciembre de 2014

POSGUERRA





Los recursos familiares eran muy limitados en los cuarenta y principios de los cincuenta.

No había suficiente dinero para pagar un colegio privado y al chaval lo inscribieron en un colegio público del barrio.

"Torres Garrido" era el nombre del instituto, cuyo aspecto exterior era pulcro, clases luminosas atestadas de críos del mismo sexo, varones, y un gran patio para jugar en los recreos.
La calefacción era inexistente por lo que nunca se sabía si el frio era mayor dentro de las aulas o fuera en el patio. Desde luego los chicos estaban mejor en el recreo por mucho frio que hiciera.
Corrían, jugaban a la pelota, se peleaban con la supervisión de algún maestro que evitaba los puñetazos o patadas administrados con saña, mas que peleas eran agarradas sembradas eso si de insultos o gestos despreciativos hacia los componentes de las distintas pandas.






Aprender no se aprendía nada, nada en absoluto, el profesor escribía una frase en la pizarra y les decía a los cuarenta o cincuenta chicos que la copiaran en su cuaderno y la repitieran una y otra vez durante una o dos horas. Luego borraba la frase, escribía otra y vuelta a empezar.

No había explicaciones de ninguna índole, ni repaso de aritmética, lo más tres o cuatro operaciones sencillas escritas en la pizarra y a copiarlas y resolverlas en los respectivos cuadernos.
Tras dos horas de clase otra hora de recreo, bocadillo si es que lo habían traído de casa, y de nuevo en la clase algún chiquillo que salía y leía algo de lo que había escrito.
No se pagaba nada por asistir al instituto pero en la práctica pedían una pequeña cantidad mensual que iría a los bolsillos del director o profesores justificando ese importe como horas de refuerzo en el estudio.

El resultado de todo se tradujo en que el pequeño fue olvidando lo que había aprendido en la anterior escuela de frente de su casa.
Olvido multiplicar, dividir, e incluso las pequeñas nociones de geografía o ciencias que había recibido de su querido maestro José Luís.
A Emilianito su padre o su madre le preguntaban; ¿Qué hacéis en el colegio?; Y el se encogía de hombros sin saber que decir, al final confesaba, escribir y leer, con lo cual no había posibilidad de entendimiento y las preguntas o respuestas se repetían una y otra vez.

¿Pero que hacéis en la clase?, le preguntaban, y el optaba ya por no responder, se encogía de hombros, fruncía el gesto y eso era todo.
Este chico parece tonto, era la respuesta a su mutismo, y como signo de protesta para el instituto público dejaron de darle la asignación que solicitaban por las clases de enseñanza extra.

Con esa actitud paterna comenzó otro calvario para el pobre chaval, cuando el director del lugar de enseñanza le solicitaba una y otra vez el importe mensual de las inexistentes clases de refuerzo.
¡Arribas¡, decía, debes ya dos meses. Diles a tus padres que te den el importe, 25 pesetas, de la correspondiente mensualidad y ten en cuenta que se acumulan dos cuotas.
Dos, tres, cuatro y seguir sumando ya que al reclamar el crio los importes a su madre esta le respondía que no, no iba a pagar unas clases que no servían para nada.

¡Tus buenos bocadillos te metes¡, le decía el director, por falta de dinero no es, solo hay que ver las barras de pan que te comes cargadas de sardinas en aceite.
Dile a tus padres que así no puedes seguir, ya debes cinco meses y en cualquier momento estarás en la calle sin colegio y sin enseñanza.
Esto no iba a suceder, todo era un gran timo con el que los profesores mal pagados por la dictadura, trataban de compensar sus sueldos de miseria a costa de las miserias ajenas.
Un calvario para el chaval que gestaba en su interior un fondo de rebeldía hacia algo que no podía comprender. Por que no pagaban, por que el tenía que enfrentar esa situación, a que tantas preguntas, el que culpa tenía de todo ello.

Su insatisfacción se concretaba en no hacer nada durante las clases, cambiaba cromos, enseñaba boliches nuevos, hablaba con sus compañeros, se tiraban pelotillas de papel unos chicos a otros.
Eso si, el rezo puestos en pie delante del crucifijo, la canción patriótica del Cara al Sol.....con la camisa nueva, no faltaban teniendo frente a ellos colgadas de la pared las efigies de Franco y José Antonio, marrones, descoloridas, con caras de pocos amigos mirándoles con severidad.

Jose Antonio a la izquierda, el crucifijo en medio y Franco a la derecha, como es natural, fueron unas imágenes que acompañaron a cientos de miles de niños y niñas de la posguerra.
Los dos retratos se equiparaban a Jesucristo, algo que fue creando un poso de rebeldía y falta de fe a todo lo que representara, iglesia, fe, crucifijo, fascismo, dictadura, falange y demás historias representadas en esos tres símbolos de la posguerra.


el gatufo

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